Eso lo primero: Kiko Matamoros sigue vivo. Por ahí anda, pero ya no por “Sálvame” ni
“Sábado deluxe”, ya no por Telecinco, ya no por la tele. Lo ha dejado días atrás
sin previo aviso. Como no vamos a hacer leña del árbol caído como se merece por
todo el daño que ha hecho en la tele y a la tele, conviene avisar desde el
principio: el hecho de que hablemos bien de él hoy aquí no quiere decir que
acabemos de descubrir que era un gran tipo porque se haya muerto.
Hace unos meses que pagaron la
lealtad y los favores recibidos de Carlos
Dávila dándole un programa de divulgación médica: “El ojo clínico”. Pasó
más desapercibido que “¿Cómo lo ves?”, el regalo que le hacen ahora por la
lealtad y los favores recibidos a otro amigo, Carlos Herrera; pero tiene explicación. A Herrera lo han sentado en
el convite en una buena mesa, en La 1 y en horario de máxima audiencia. A
Dávila lo sentaron en un rincón, en La 2 y al final de la mañana del domingo,
cuando hasta el Tato sale a tomarse un algo con unas aceitunitas y nadie queda
en casa viendo la tele.
El caso es que en agosto vi,
cosas del descontrol veraniego, la entrega que “El ojo clínico” dedicó a la
salud ocular. Allí estaba Matamoros hablando de sí mismo, como tantas veces
hacen los personajes de Telecinco. Pero esta vez me sorprendió. Para empezar,
sospecho que lo hacía de forma altruista. Contaba su caso para ilustrar una
enfermedad ocular que padece, explicando el problema que supone y lo importante
que es evitar alguna conducta de riesgo que él había realizado, empezando por
la imprudencia de no visitar a un especialista hasta que el daño ya es evidente
y no puede revertirse, sino solo intentar contenerse. No se ponía medallas ni
trataba de ganar una discusión estúpida. Usaba su dominio del medio para hablar
de sí mismo con distancia, con claridad y sin pamplinas, poniendo su situación
médica al servicio del bien que pudiera hacer a los espectadores aunque para ello
él mismo no saliera muy bien parado. Lástima que su trabajo en Telecinco fuera
justo lo contrario.
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