Ocurrió de repente, mientras veía el reportaje de “En portada” (Canal 24 horas) sobre el funcionamiento de la ONU, un desfile de funcionarios muy serios, reuniones importantísimas, salones intimidantes y salitas discretas, traductores, diplomáticos, expertos, estrategas, especialistas, videoconferencias, despachos, planes a corto, medio y largo plazo e idealismo que cuesta más de dos mil millones de euros al año, a los que hay que añadir las misiones de paz, que cuestan otros tres mil millones. No me parece caro. Del mismo modo que los que dicen que la educación pública es cara deberían probar el sabor de la ignorancia popular, los que critican a la ONU por ser cara deberían probar un mundo sin ONU. Sin embargo, los tres años de trabajo que fueron necesarios para que todos esos funcionarios, reuniones y expertos produjeran el documento con los 17 objetivos de desarrollo sostenible me sonó a MacGuffin, ese concepto inventado por Hitchcock para referirse al elemento del guion de una película que, siendo central, es también irrelevante porque en realidad a nadie le importa. El uranio de la película “Encadenados”, por ejemplo, o la estatuilla de “El halcón maltés”. Sin uranio y sin estatuilla no hay películas. Sin los 17 objetivos para el desarrollo sostenible no hay ONU. Pero que un MacGuffin sea indispensable no quiere decir que sea importante.
Entre los 17 objetivos de la ONU para el desarrollo sostenible están el fin de la pobreza, el hambre cero, la igualdad de género, el trabajo decente, la paz y la justicia. Desde luego, estos objetivos animan la vida de la ONU e inspiran bonitos folletos de colores, pero se parecen bastante al uranio de “Encadenados” y la estatuilla de “El halcón maltés”. ¿Fin de la pobreza? ¿Hambre cero? ¿Justicia? Da la impresión de que lo que realmente importa en la ONU, como sucede con los microfilms en las películas de espías, los tesoros en las películas de piratas o los objetos arqueológicos en las películas protagonizadas por Indiana Jones, no es el documento con los 17 objetivos para el desarrollo sostenible sino, como apuntan Jordi Balló y Xavier Pérez en “La semilla inmortal”, la riqueza dramática que provoca llegar a conseguirlo. El uranio, una estatuilla, los microfilms, los tesoros escondidos, el arca de la alianza y los documentos que proponen acabar con la pobreza y el hambre tienen una importante función narrativa en el cine y en la ONU, pero poca o ninguna trascendencia. De todas formas, “Encadenados” no sería lo mismo sin el uranio y la ONU no tendría sentido sin documentos con 17 objetivos. El mundo, probablemente, tampoco.
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