Como no soy tan rápido de entendimiento como Donald Trump, que tiene para el problema de Corea de Norte la misma sutil solución que ofrece Máximo en “Gladiator” antes de luchar con los bárbaros (“A mi señal, ira y fuego”), tardé en comprender que los turistas son el nuevo enemigo, una vez que hemos aceptado que los bancos son nuestros amigos. Casi agotado el filón de las noticias acerca del calor que hace en verano, los telediarios prestan toda su atención a la peligrosísima invasión de turistas que llenan Barcelona, las playas del Mediterráneo, La Concha de San Sebastián y el Museo del Prado. Malditos turistas. Algunos ciudadanos conscientes ya se han organizado para acosar a esa gentuza que insiste en no alojarse en hoteles carísimos y exclusivos, no comer en restaurantes exclusivos y carísimos, y no comprar en tiendas absurdamente caras y ridículamente exclusivas. El turismo de masas. Puaj. Con lo que mola hacer turismo sin formar parte de la masa. Con lo que mola ser viajero, y no turista. Con lo que mola ser Ronaldo en Mykonos. Con lo que mola viajar en un Ferrari rojo y no en un cutre autobús turístico.
Los turistas pueden sentirse en muchos lugares como Ulises, que en su largo viaje de regreso a Ítaca tras la guerra de Troya viajó por el Mediterráneo enfrentándose a mil peligros. Los turistas deberán ser tan listos como Ulises cuando engañó al cíclope Polifemo si quieren salir vivos de esas cuevas que ofrecen falsa hospitalidad. Los turistas tendrán que aprender a navegar por los estrechos dominados por los monstruos Escila y Caribdis, es decir, “venid a visitarnos porque eso es bueno para el empleo y el PIB” pero “no sois bien recibidos porque sois demasiados”. Los turistas no podrán caer en la tentación de aceptar los regalos de Circe si no quieren acabar convertidos en cerdos de los que se aprovecha todo. Los turistas se taparán los oídos con cera o se atarán al mástil de sus barcos para no sentirse atraídos por el canto de las sirenas que ofrecen autenticidad y esencias en forma de paella, sangría, flamenco, arena y Gaudí. Los turistas no deben creer que viajar es estar de vacaciones.
Ulises es el nuevo turista, y sobre él debe caer la maldición que Polifemo pide a su padre Poseidón: “¡Concédeme, padre, que si mi enemigo vuelve alguna vez a su casa, sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos sus compañeros, y encuentre nuevas cuitas en su morada!”. Por supuesto, si los turistas vienen a visitarnos en yate, Polifemo se convierte en la ninfa Calipso y los turistas querrán vivir para siempre en el lecho del amor.
Eres un puto genio
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