No puedo soportar los anuncios de teletienda porque creo que ver a ese tal Vince diciendo “No más tuna aburrida” mientras corta cebollas con el Slap Chop destruye la confianza en el progreso de la humanidad. Sin embargo, algo tiene “¿Quién da más?” (Mega), ese programa en el que compradores profesionales caen como buitres sobre lotes de artículos que sólo pueden inspeccionar con la mirada durante unos minutos, que paraliza mi dedo pulgar de tal forma que no puedo cambiar de canal hasta ver si los buitres han acertado con sus intuiciones o tendrán que comerse un montón de objetos inútiles. Todos los objetos tienen un precio, y los compradores de “¿Quién da más?” lo saben porque el precio de las cosas es lo único que les interesa de las cosas. Pero lo más fascinante de “¿Quién da más?” no es la reducción de lo real a un precio, sino las explicaciones que los compradores ofrecen ante cada objeto para justificar ese precio. Por ejemplo, en uno de los capítulos de “¿Quién da más?”, uno de los compradores sacó de un depósito de almacenamiento un montón de viejas emisoras de radio y estaciones base mientras decía, con la satisfacción de haber dado en la diana, que los apocalípticos las comprarían como locos. Con “apocalípticos” el comprador no se refería a una de las posiciones ante la cultura propuestas por Umberto Eco en su ensayo “Apocalípticos e integrados”, por supuesto, sino a esos tipos que están convencidos de que el apocalipsis nuclear, biológico o zombi está cerca y que para sobrevivir hay que acumular latas de conserva, linternas, botellas de agua y emisoras de radio. Fascinante, sí.
El historiador británico Tony Judt se declaró, casi al final de su vida, pesimista a corto plazo pero optimista a medio plazo. Los apocalípticos que tienen interés en sobrevivir en un mundo postapocalíptico como el que describe Cormac McCarthy en su novela “La carretera”, son pesimistas a corto plazo y ultrapesimistas a medio plazo. Pero los compradores de “¿Quién da más?” son optimistas a corto plazo y ultraoptimistas a medio plazo no sólo porque están encantados con poder vender emisoras de radio a los apocalípticos, sino porque seguro que están convencidos de que en un mundo postapocalíptico ellos se convertirían en los dueños de esa mierda de mundo. El vendedor del Slap Chop en la teletienda cree que sabe algo de la naturaleza humana cuando tritura cebollas, pero los que verdaderamente saben algo son los compradores de “¿Quién da más?”, esos tipos optimistas que venden emisoras de radio a los pesimistas apocalípticos y que creen que el apocalipsis es sólo una gran oportunidad de negocio.
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