Oscar Wilde decía, en una de sus epatantes sentencias, que no existen libros morales o inmorales, sino libros bien o mal escritos. Seguro que Wilde opinaría lo mismo de las películas, pero es probable que hiciera una excepción con “Matar a un ruiseñor” (TCM), la extraordinaria película en la que Gregory Peck interpreta al abogado Atticus Finch. “Matar a un ruiseñor” es, para entendernos y sin entrar en imprescindibles sutilezas filosóficas, una película moral como “Mi lucha” es un libro inmoral, y además “Matar a un ruiseñor” es una película bien dirigida por Robert Mulligan mientras que “Mi lucha” es un libro mal escrito por Adolf Hitler. Creo que Wilde nunca escribiría “La importancia de llamarse Adolf”, pero sí podría inspirarse en “Matar a un ruiseñor” para dar un giro a una de sus obras más famosas en “El retrato de Atticus Finch” y, quizás, revisar su opinión acerca de la inutilidad del arte.
El American Film Institute, tras una encuesta a mil quinientos directores, actores y críticos, ha elaborado una lista con los cien mejores héroes y villanos de la historia del cine estadounidense y, sorpresa, la lista de los buenos está encabezada precisamente por Atticus Finch, un honesto y sensible abogado que defiende con valentía a un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca en la Alabama de los años de la Gran Depresión. Atticus es un personaje maravilloso y su defensa de Tom Robinson es tan emocionante como eficaz, pero yo diría que lo que mejor define a Atticus es su respuesta al juez cuando le propone encargarse de la defensa de Tom: “Aceptaré el caso”. Así, sin más. Atticus sabía el lío en el que se estaba metiendo, y el enorme e inevitable coste personal y familiar que iba a suponer la defensa de un negro acusado de violación, pero acepta el caso sin hacer más preguntas, sin una queja, sin excusas. El juez se levanta y dice “gracias”, y Atticus, sin inmutarse, responde: “De nada”. Gran parte del valor moral de “Matar a un ruiseñor” está ahí, en el elocuente “aceptaré el caso” y en el recio “de nada”. El segundo puesto de la lista de los cien buenos del cine está ocupado por Indiana Jones, y el tercero por James Bond. Oscar Wilde se frotaría las manos con el arqueólogo impaciente y con el espía con licencia para matar, pero se rendiría ante la altura moral del abogado que acepta un caso imposible sin pedir nada a cambio y sin miedo a enemigos mucho más temibles que los nazis de “En busca del arca perdida” o el Doctor No, ese Fu-Manchú con manos metálicas y sin bigote. Atticus no se sentiría cómodo con su primer puesto en la lista de los buenos, pero tendría que aceptarlo. Gracias, Atticus Finch.
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