Es excesivo colocar a un
reportero en un secarral a cincuenta grados para que veamos que hace calor, en
medio de una tormenta de nieve para que veamos que nieva, en el ojo de una
galerna para que veamos que hace mala mar, soportando un diluvio para que
veamos que llueve, azotado por un vendaval para que veamos que hace viento, o metido hasta la cintura en
una inundación para que veamos que se desbordó un río. No deberían martirizar a
un recién titulado en prácticas condenado a hacer lo que le manden con tal de sumar
una línea a su currículum solo para añadir espectáculo a las noticias del
tiempo.
Parece desproporcionado obligar a
alguien a cocerse, congelarse, empaparse o salir volando para que los
espectadores podamos decir desganados “vaya tiempecito” antes de cambiar de
cadena. Otra cosa es que un reportero que va a cubrir una noticia se encuentre
con problemas con los que no se contaba.
Estos días, realizando un
reportaje sobre narco-okupas en el madrileño barrio de Lavapiés, unos
reporteros de “El programa de Ana Rosa” fueron agredidos y perseguidos cuando
se acercaron a un edificio ocupado. Otro reportero del mismo programa,
informando sobre el clima de violencia e inseguridad del barrio de Tetuán,
también en Madrid, fue insultado y atacado. Durante las manifestaciones
realizadas por el gremio de taxistas en Madrid, tanto reporteros de este
espacio como de “Espejo público” tuvieron que aguantar insultos, el boicot a
las conexiones en directo y que les lanzaran objetos.
No podemos alegrarnos cuando un periodista
se acerca tanto a la noticia que sorpresivamente corre el peligro de
protagonizarla, pero el hecho de que esto ocurra sí puede servirnos para
reconocer el trabajo y el valor de quien nos trae el mundo a casa. Es cierto
que, mientras, los jefes están en el plató a resguardo, pero también tienen que
saber lidiar los toros que les salen al paso. Quintana, por ejemplo, mandó a freír churros a un tipo impresentable
acusado de captar a una menor para una secta peligrosa que estaba utilizando la
llamada telefónica del programa para vendernos la moto a base de verborrea y
mala educación. Bien por ella; las cosas, como son.
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