Los Pantoja, los Janeiro, los Pajares,
los Matamoros, los Cristo. La familia que revolotea unida alrededor de la
atractiva luz de los platós televisivos, permanece unida. Es una luz tan
irresistible e hipnótica que da igual la atracción solo pretenda que los
miembros de la familia se maten entre ellos. También la familia que se mata
unida, permanece unida; al menos si lo hace en la tele. Los poco románticos
dirán que lo que lo único que les une es el dinero, que es justo lo que los
separa. El dinero, dicen con desprecio, ¿acaso les parece poco siendo, como es,
dinero rápido, fácil y sobre todo mucho, mucho, mucho?
Los Caparrós son —al menos lo
eran cuando ayer escribía esto, quién sabe hoy con lo rápido que va el mercado—
la última familia en unirse al espectáculo. Fue Alonso Caparrós quien hizo el duro trabajo de rompehielos abriendo
camino al resto de la familia, que fue aceptando seguir su estela a pesar de
que debería saber dónde se metía. Habíamos creído que el grueso del daño
televisivo que Alonso haría a la humanidad ya estaba hecho por presentar aquel
guirigay hortera y excesivo de “Furor”, pero nos equivocamos. Nunca se debe
minusvalorar la capacidad de una persona para tomar malas decisiones con su
vida, incluida la profesional. Y menos si se trata de Alonso. A principios de este
año, aceptó participar en “GH VIP”. Andar dando tumbos de cadena en cadena
puede ser bueno o malo. Caer en uno de esos rebotes en Telecinco es malo
seguro. Todos sabemos los criterios que usa esa casa para seleccionar a los
concursantes de sus ‘realities’. Más
allá del evidente exhibicionismo y el habitual magreo emocional del concurso,
los participantes tienen que ser comprensivos con las necesidades de la cadena
y estar dispuestos a llegar hasta el final si ella lo pide. Y a Alonso se lo
pidió. Pronto saltó al “Sábado deluxe” y empezó a ser un filón para “Sálvame”.
Su familia, sus problemas y su dolor se convirtieron en un rentable nuevo yacimiento
por explotar para Mediaset, la principal industria extractiva de este recurso
en nuestro país. Los Caparrós pican siguiendo las vetas de sus propias vidas.
Cuando se agoten, serán otra mina más vacía y abandonada.
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