El documental “Calígula. 1.400 días de terror” (Canal Historia) comete dos errores de principio y al principio que limitan su valor histórico y divulgativo. Primer error. El documental informa a los espectadores de que va a contar la historia poco conocida que hay detrás de Calígula, una de las figuras más tristemente célebres del mundo antiguo. No es cierto. La historia de Calígula es muy conocida precisamente por su triste celebridad. En “Calígula. 1.400 días de terror” no hay nada nuevo porque se presenta a Calígula como un ser depravado que violaba a las esposas de sus invitados, un degenerado que se acostaba con su hermana Drusila, un hombre sin medida, vengativo, paranoico, borracho de poder, asesino, glotón y perverso. Si el documental de Canal Historia quería contar la historia poco conocida de Calígula, tendría que haber prestado más atención a las instituciones políticas de Roma, el funcionamiento del ejército o el sistema de recaudación de impuestos que a la extraña relación de Calígula con su caballo o sus excesos sexuales. Un documental sobre Calígula no tiene por qué ser una tesis doctoral, pero sí debe distanciarse todo lo posible de la horrible película erótica sobre el emperador romano dirigida, o algo así, por Tinto Brass.
Segundo error. Antes de mostrar todo el catálogo de tópicos acerca de Calígula, el documental nos advierte de que su reinado estuvo caracterizado por una conducta sexual anormal y por una violencia extrema, de forma que algunas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador. Por favor. A estas alturas de la vida, pensar que las imágenes de un emperador romano participando en una orgía o disfrutando con sangrientos espectáculos de gladiadores pueden herir nuestra sensibilidad es de una ingenuidad casi conmovedora. Las conversaciones telefónicas de algunos políticos o la lista de la compra con tarjetas de crédito ajenas de los tipos que toman decisiones sobre nuestras hipotéticas pueden ser igual de espeluznantes y de dolorosas para el espectador del telediario, con el agravante de que nuestros políticos se creen dioses pero, a diferencia de Calígula, no tienen la valentía de presentarse ante el pueblo como tales.
Si en algo hiere nuestra sensibilidad “Calígula. 1.400 días de terror” es en su falta de tacto al hablar siempre de Calígula y no de Cayo Julio César Augusto Germánico, que era el auténtico nombre del emperador. Eso sí que sería nuevo.
3 comentarios:
Estupendo artículo. Mary Beard, en su 'Confronting the classics', traducido aquí (bastante mal, y me refiero al libro, no al título) como 'La herencia viva de los clásicos', escribe sobre alguna biografía más o menos reciente de Calígula que presenta a un personaje que no encaja en la imagen tópica que tenemos de este emperador (cada vez menos personas la tenemos, por cierto).
Lástima que al final se cuele un gazapo. No se llamaba Cayo, se llamaba Gayo. Es verdad que en latín ese nombre se abreviaba con una C, pero nunca nadie en la Roma antigua se llamó 'Caius', sino 'Gaius', como yo mismo. Es raro que en España alguien que no sea de Clásicas use este nombre correctamente. No se va a caer el mundo, pero ¡cuesta tan poco hacer las cosas bien! Muchas gracias y un abrazo.
C. Iulius Balbus
El problema de base es creer que los americanos saben qué es historia o cómo hacerla. Si dejamos aparte algunos documentales sobre la Segunda Guerra Mundial, el resto de la programación de ese canal parece estar compuesta por un grupo de macarras tuneando coches, o lo que pasa en una casa de empeños de Las Vegas. Y un tipo con cara de loco que piensa que los alienígenas son los autores de todo lo que se construyó en el pasado.
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