Lentamente “The walking dead” ha dejado de tratar sobre the walking deads. Ha sido un proceso muy gradual pero forzoso. Durante las primeras temporadas la mayor parte de las tramas se entretenían con la lucha de los supervivientes contra los zombies, de forma que los enfrentamientos entre los humanos ocupaban una parte minoritaria de los argumentos. Pero esas proporciones han ido invirtiéndose poco a poco, y en la séptima temporada, cuyo fin vimos ayer, el papel de los caminantes ha sido ya anecdótico, ocasional, sin ninguna influencia en el curso de una historia totalmente centrada en la lucha de Rick y los suyos contra los Salvadores dirigidos por el malo malísimo de Negan y su bate espinoso. La posibilidad de que algún personaje protagonista muera a mordiscos peleando contra los caminantes ya ha desaparecido. Hemos vuelto a la cultura; ahora las personas matan y mueren a manos de otras personas.
Era inevitable que fuera así: la naturaleza carece de dimensión moral, no es un interlocutor válido en ningún argumento. La naturaleza carece de intención individual. En su ceguera mecánica, la naturaleza -como los tuiteros- no dialoga, sólo reacciona. Atrapados en el mito de la naturaleza, es posible que Darabont y Kirkman creyeran inicialmente en la posibilidad de crear un cómic y una serie centrada en las luchas de un grupo de supervivientes contra una invasión zombie en un escenario postapocalíptico. Pero los zombies son meros animales y las posibilidades narrativas de la naturaleza como sujeto -mal que le pese a los niños- son ridículamente pequeñas. Obstinadamente, la guerra y la política son los únicos marcos en los que cabe colocar la acción humana. La evolución de TWD en estas siete temporadas prueba que el Estado brota una y otra vez en cuanto aparecen las relaciones y, por tanto, el conflicto entre los seres humanos.
A este paso, en la temporada 20 de “The walking dead” los walking deads habrán desaparecido del todo. Una vez vencidos, los hijos de Rick y de Negan recordarán a los caminantes con añoranza impostada, les atribuirán una supuesta pureza de la que los humanos carecen, y los venerarán.
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