“MasterChef” da asco y es una
marranada. Hay a quien tanto concurso y programa de cocina le resulta
indigesto, tanto jurado culinario endiosado lo encuentra estomagante, tanta insistencia
en jibarizar la infinitud de la vida restringiéndola a dos centímetros
cuadrados de papilas gustativas lo considera reduccionista, y tanto ‘gourmetcentrismo’ precopernicano le
parece insidioso, equivocado y peligroso. Aquí estamos peor. Aquí pensamos que dan
asco y son una marranada los concursos de cocina en los que los jueces dicen
que los platos que tienen que probar les dan asco y les parecen una marranada.
Como “MasterChef”.
El otro día, los jueces,
pobrecitos, tuvieron que enfrentarse a un plato con tan mala pinta que alguno
no lo quiso probar, otro dijo que era el peor plato de la historia del concurso,
y otro dijo que era “una marranada” y
un “ascazo” (porque “asco” le parecía
poco y le añadió no sé si el sufijo aumentativo, el despectivo o dos por uno).
Así que este programa familiar se
confirma como un gran espacio familiar. En efecto, vale la pena verlo con los
niños para que aprendan lo que no hay que hacer. Con “MasterChef” podemos
enseñarles que siempre hay que estar abierto a probar cosas nuevas yendo más
allá del aspecto de los platos y de nuestros prejuicios (“Dale una oportunidad”, dice siempre mi amigo José). También sirve para recordar a los niños que, en principio y
por educación, igual que no se dice “¿Me
entiendes?”, sino “¿Me explico?”
(que alguien enseñe esto a Belén Esteban,
por Dios), tampoco se dice “Esto es una
marranada” ni “¡Qué ascazo!”,
sino “A mí no me gusta”, porque la
vida te da sorpresas y, además, el gusto se educa.
Lo único que debe darnos asco es
el asco mismo y lo único que debe parecernos una marranada es decir que la
comida es una marranada. Como pasa con “MasterChef”, una marranada que da asco.
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