La escritora estadounidense Martha Gellhorn, que también fue corresponsal de guerra, decía que lo miraba todo porque no admitía que se pudiera desviar la mirada y nadie, según ella, tiene derecho a ahorrarse cosas desagradables. Sin embargo, Gellhorn cambió de opinión cuando vio, recién finalizada la II Guerra Mundial, los cadáveres descompuestos de dos jóvenes franceses a los que les habían sacado los ojos. Los telediarios son una mezcla de Martha Gellhorn antes y después de su encuentro con los dos cadáveres sin ojos porque lo quieren mostrar todo, en la idea de que los espectadores no tenemos derecho a ahorrarnos las cosas desagradables de los atentados, guerras y peleas entre padres en un partido de fútbol infantil, pero siempre nos advierten de que lo que vamos a ver puede herir nuestra sensibilidad. ¿Tenemos la obligación de ver las horribles imágenes de los atentados en las iglesias coptas de El Cairo y de los niños gaseados en Siria, o el derecho a apartar la mirada?
Supongo que a todos los que opinan como Martha Gellhorn les llegará tarde o temprano su cadáver sin ojos. A mí ya me ocurrió hace mucho tiempo, así que prefiero apartar la mirada, esquivar los cadáveres de Alepo y las ruinas arruinadas de Palmira, huir de la sangre en las calles de París, Londres o Estocolmo. Y pienso que Zygmunt Bauman tenía razón cuando decía que la tecnología militar del siglo XXI ha conseguido despersonalizar la responsabilidad hasta un punto inimaginable por Orwell o Arendt, de forma que el desarrollo tecnológico no sólo ha tenido que ver con el inmenso poder de destrucción de las armas, sino con la salida de las acciones militares de la categoría de los actos sujetos a evaluación moral. No aprietas los dientes cuando pulsas un botón porque, como apuntó el filósofo Günther Anders después de Nagasaki, una tecla sólo es una tecla. Anders se asombraba de la insignificancia del esfuerzo y del pensamiento necesarios para causar un cataclismo, pero hoy no soportaría la insignificancia de esfuerzo y pensamiento que están detrás de los misiles inteligentes y de los drones y, sobre todo, se derrumbaría ante la insignificancia de esfuerzo y pensamiento que explican el horror del camión que sembró de cadáveres el Paseo de los Ingleses de Niza y de los terroristas suicidas que se envuelven en explosivos. Arrancar los ojos a un ser humano exige esfuerzo y pensamiento. Conducir un camión por una calle transitada o inmolarse en una iglesia, no.
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