Jean-Baptiste Botul, el filósofo ficticio creado por Fréderic Pagès y autor del exquisito ensayo “La vida sexual de Immanuel Kant”, apuntó con elegante audacia que las musas, ninfas y diosas desnudas de los frescos de La Sorbona salen directamente del salón de un burdel. El artista los rebautiza para la ocasión como Razón, Templanza, Justicia o Virtud, pero en su vida civil se llaman Mimí, Lulú, Kiki o Fernanda. ¿A que a partir ahora no verán de la misma manera los frescos que adornan las universidades? ¿Verdad que una alegoría de la Razón a la que también podríamos llamar Lulú pierde solemnidad pero, a cambio, gana encanto? Pues bien, el arte egipcio es diferente. Es imposible pensar en Lulú o en Kiki cuando contemplamos las hermosísimas pinturas de la tumba de Nefertari, y eso hace que las pinturas egipcias, a diferencia de los frescos de La Sorbona, pierdan encanto cuando entran en un museo pero, a cambio, ganan solemnidad. Algo parecido sucede con la famosísima tumba del faraón Tutankamón: gana encanto cuando protagoniza una miniserie como “Tutankamón” (#0), pero pierde solemnidad.
Porque el protagonista de “Tutankamón” es, precisamente, el encanto de Tutankamón, no la solemnidad del arqueólogo Howard Carter, del mecenas Lord Carnarvon, de su hija Evelyn o de los trabajadores egipcios que arrancaron con sus manos la tumba del faraón de la arena del Valle de los Reyes. El centro de “Tutankamón” es Tutankamón, el faraón más encantador para los aficionados al antiguo Egipto, aunque la serie tiene el acierto de acercarse al trabajo del arqueólogo para hacernos comprender que la egiptología tiene más que ver con el conocimiento y la paciencia que con las intuiciones de nuestro querido Indiana Jones. “Tutankamón” es una serie respetuosa con el encanto de Egipto y con la solemnidad de héroes de la egiptología como Carter, pero sobre todo tiene el encantador aroma del hallazgo arqueológico en los minutos de descuento del partido, cuando ya todo parecía perdido. Si quieren pasar un rato encantador en Egipto, vean “Tutankamón” o viajen al Valle de los Reyes y entren en la tumba del joven faraón. Si prefieren la solemnidad de los frescos de La Sorbona, visiten el Museo Egipcio de El Cairo y enfréntense a la máscara funeraria de oro de Tutankamón. Comprobarán que Tutankamón jamás podrá ser Lulú.
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