Es tan difícil meter la mano en “La boca de la verdad” sin pensar en Audrey Hepburn y Gregory Peck en “Vacaciones en Roma” como sentar el culo en la Fontana di Trevi sin que la cabeza se vaya al baño de Anita Ekberg en “La dolce vita”. Lo mismo ocurre en tantos lugares de París, Nueva York, Moscú, Tokio o El Cairo que son lo que son por lo que son y, también, por lo que el cine ha hecho que sean. Por eso los esfuerzos del documental “Antiguas megaestructuras: Petra” (National Geographic) para explicarnos cómo los nabateos construyeron el precioso Tesoro de Petra (Al Khazneh) chocan con las imágenes de “Indiana Jones y la última cruzada” en las que Indiana y sus compañeros llegan a Petra en busca del Santo Grial. De acuerdo, los ingenieros nos ofrecen apasionantes detalles del genio constructor de los nabateos y de las sorprendentes soluciones a los problemas de suministro de agua o peligro de inundaciones. Bien. Pero es que es imposible quitarse de la cabeza el sombrero de Indiana Jones y la llegada a Petra de nuestro arqueólogo favorito montado en su caballo. ¿Está mal que el cine nos distraiga de la arqueología? No lo creo.
La colosal estatua de Heracles obra de Lisipo, en la acrópolis de Tarento, sobrevivió a mil y una amenazas hasta principios del siglo XII, cuando los cruzados francos la fundieron para acuñar moneda y pagar a las tropas. El historiador bizantino Nicetas Choniates lamentó esta desgracia arqueológica y escribió que los bárbaros cruzados destruyeron la obra del divino Lisipo para hacer calderilla. Muchos ven hoy al cine como un nuevo ejército cruzado que destruye todos los lugares que toca como, por ejemplo, el Tesoro de Petra para acuñar moneda con la que seguir sosteniendo el negocio, pero Túnez no perdió ningún tesoro por dejar que George Lucas rodara allí algunas secuencias de “La guerra de las galaxias” y me parece que Gerona no ha perdido ni un gramo de belleza por permitir que los “bárbaros” de HBO rodaran en sus calles unas cuantas escenas para “Juego de tronos”. Indiana Jones no convierte a Petra en calderilla y los canales de Venecia no pierden nada, sino más bien lo contrario, cuando se convierten en decorado de una película de James Bond. Que hablen los ingenieros. Que nos expliquen los secretos de Petra. Que nos enseñen las tuberías delicadamente inclinadas y el sistema de distribución de agua. Pero que no nos quiten a Indiana Jones. Viva la calderilla cinéfila.
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