La mañana del viernes, tras un
sueño intranquilo, la programación televisiva se despertó convertida en un
monstruoso insecto. Estaba echada de espaldas sobre el duro caparazón de la sentencia
del caso Nóos y apenas podía moverse. Indefensa, asistía a la agitación que se producía
a su alrededor. La colonia esperaba ansiosa junto a ella para acercar por turno
su ovipositor y colocar cuidadosamente sus valoraciones. Unas junto a otras, formaban
un caleidoscópico mosaico de opiniones nacaradas y esféricas que, al abrirse, seguirían
nutriéndose de la sentencia mucho tiempo después de que el tribunal hubiera
retirado su frío abdomen de la pantalla.
Con un escalofrío, la
programación televisiva se licuó y formó nuevos tejidos sin dejar de ser
transparente. Solo los yonquis de “Mujeres y hombres y viceversa”, sin su
dosis, volvieron a llenar el aire de ‘tuits’,
ruido y furia. Cuando llegaron los informativos del mediodía parecía haber vuelto
la calma, pero entonces eclosionaron las valoraciones y empezaron a alimentarse
con voracidad. Avanzaban con la eficacia con que avanzan los ejércitos de
hombres cuando forman un frente tan cerrado como el que forman las orugas
hambrientas. Despreciando el resto, atacaban los tejidos más blandos: “Nadie está ni por encima ni al margen de la
ley”, ñam. “En España se condena con
independencia de quién sea cada uno”, ñam. “Todo el mundo está sometido al imperio de la ley; nadie está por
encima ni al margen de él”, ñam-ñam.
Tras de sí, esta plaga empeñada
en mascar una y otra vez el mismo bocado pastoso, despreciaba las porciones
indigestas. Las nervaduras de las hojas y las estructuras quitinosas del
exoesqueleto quedaban abandonadas aunque son precisamente las partes que dotan
de sentido al todo. Las orugas avanzaban sin querer ver que la monarquía es el
elefante en la habitación. Ninguna mordía en la inviolabilidad y la
irresponsabilidad, los dos privilegios del monarca consagradas por la
Constitución: “La persona del Rey es
inviolable y no está sujeta a responsabilidad” quedó, rígido e incomible,
en un rincón donde nadie pudiese verlo. Después, la pantalla parpadeó un
instante y volvió a abrir sus enormes ojos compuestos.
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