28/2/17

HERO BABY MATERNIDAD S.L.


Ayudar a los demás está bien, pero cuando lo hace una empresa como estratagema para vender más produce intranquilidad, luego recelo y después desconfianza. Al menos eso me produjo a mí ver “Filantropía S.L.”, uno de los dos reveladores reportajes que emitió hace dos semanas “La noche temática” dedicada a tácticas empresariales. Es lo que denominan “filantropía estratégica” los magnates empresariales (es curioso, mi corrector automático cambia “mangantes” por “mandantes”, pero no “magnates” por “mangantes”). Búsquenlo en la red si quieren ver cómo el lacito rosa puede ser un buen negocio. El otro reportaje, “Los evasores”, déjenlo mejor para cuando hagan la declaración de la renta, que da más risa.

Pero además de la filantropía estratégica como técnica de venta, también existen el amor estratégico al consumidor, los buenos sentimientos estratégicos mundiales y el buen rollo estratégico universal. Algo así como la Navidad, pero todo el año y porque lo mandan las empresas para vender más. Bueno, en esto también es como la Navidad.

Este buen rollo estratégico tropezó el otro día con la realidad y saltaron chispas. La marca Hero Baby se puso sarcástica por Twitter con la periodista Samanta Villar (“21 días”, “Conexión Samanta” y “Nueve meses con Samanta”) porque esta habló de los pros y contras de la maternidad, lo que no encaja con la campaña ‘happy flower’ de los potitos. Villar contraatacó preguntando por qué usaban el insano y antiecológico aceite de palma en sus productos. Hero Baby se disculpó, intentó arreglarlo diciendo que su campaña “ofrece una visión realista y optimista de la maternidad” (¿se puede ser realista y optimista a la vez? El diccionario dice que no, pero si lo pasas por la trituradora de los potitos, seguro que se puede). Demasiado tarde, el daño estaba hecho. La polémica generada ha conseguido que Villar gane puntos como periodista, y que unos cuantos cientos de personas más se fíen menos de las campañas, los anuncios y las pamplinas para fiarse de lo que leen en esa letra pequeña de las etiquetas que la ley no termina de obligar, como debería, a que sea más grande, más clara y más completa.

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