Ay, como se infiltre el jefe de
laSexta en “El jefe infiltrado”. Si un día de estos le da por cambiarse el
peinado, afeitarse el bigote, ponerse unos tatuajes de pega, cambiarse el traje
por vaqueros y camiseta, y ponerse a evaluar lo que están haciendo sus
empleados en el trabajo, la lía. La cosa le podrá ir mejor o peor según se vaya
infiltrando aquí y allá: lo pasará pipa de regidor en “El intermedio” y acabará
hasta el culo ecualizando la insoportable entonación de Gloria Serra en “Equipo de investigación”. Pero cuando le toque
infiltrarse en “El jefe infiltrado” arma una gorda.
Como si lo viera: qué raro, ¿por
qué en “El jefe infiltrado” empezarán centrándose en la empresa y no en el jefe
que ha decidido infiltrarse? Pero qué raro, ¿por qué cuentan cómo se fundó la
empresa de forma tan épica, cómo creció de modo tan sólido, y cómo llegó a ser
tan, pero tan importante, y tan pero tan puntera, y tan pero requetetán bien “posicionada
en el mercado”? Pero qué raro, raro, raro, ¿por qué el programa no se limita a
ser lo que anuncia, esto es, una encerrona con cámara oculta para fiscalizar a
los trabajadores?, ¿por qué se transforma en un publirreportaje servil que
canta las glorias de una empresa maravillosa con una pasado memorable, un
futuro prometedor y un jefe abnegado capaz de todo con tal de que el negocio avance
más fuerte, más alto, más lejos?
Cuando al final del programa, el
jefe de laSexta se reúna con los trabajadores y descubra quién es realmente no
perderá el tiempo haciéndose el guay con ascensos, viajes y subidas de sueldo. Antes
la publicidad camuflada se conformaba con poner leche Pascual en la mesa de
“Médico de familia” y había quejas. Así que preguntará por qué, si un
publirreportaje tan descarado cuela como programa y no hay multas, la parrilla
de laSexta no está repleta de publirreportajes. Y en un mes, lo estará. Rentables,
alimenticios y dulces publirreportajes interrumpidos por dulces, alimenticios y
rentables anuncios.
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