Hay que saber cuándo debemos dar
un paso atrás y ahora es tu turno, Buenafuente.
Te toca. Javier Cárdenas es mucho
para ti. No le contestes, no te enfrentes a él, repliégate aun sabiendo que ni
con una retirada a tiempo lograrás la victoria. Con Cárdenas no puedes vencer.
Ni siquiera empatar. Debes conformarte con una derrota no demasiado humillante.
Usaste un truco que hubiera
valido con cualquiera, pero no con él. Dedicaste tu vida al humor, a darle una
vuelta de tuerca a todo, a quitarle la careta a la realidad poniéndotela tú
cuando era necesario, a señalar que el traje nuevo que cada día viste el
emperador y el rey y el príncipe y el “Telediario” entero puede caer si se
dispara con un buen chiste. Pero lo hiciste solo para despistar. En realidad
estabas dando un gran rodeo profesional esperando que llegara el día en que
pudieras poner tu programa al servicio del auténtico objetivo de tu vida:
atacar vilmente a Cárdenas como hiciste el otro día en “Late motiv” con una hilarante
imitación que lo presentaba como un telepredicador presuntuoso, un visionario
de todo a cien, un discípulo cutre de Íker
Jiménez que no viaja en la nave del misterio porque él es más de volar bajo
y andar a pie.
Pero Cárdenas vio la jugada
porque vive alerta. No le engañaste porque es muy listo. Denunció la injusticia
porque vela por la verdad. Y creemos sus palabras porque es nuestro líder. Y
llama las cosas por su nombre. Y va con la verdad por delante. Y no le tapa la
boca nadie. Y dos huevos duros.
Por eso Cárdenas bajó de la
montaña destilando ira y como si fuera Zaratustra
escupió que eres un vendido, un cutre y un fracasado. A no ser que solo sea un
resentido que reaccionó contra ti porque le fastidió que su imitador, aun
esforzándose por hacer un discurso errático, resultaba más coherente que él;
aun intentando vocalizar mal, se le entendía mejor que a él; y aun tratando de
ponerse borde, caía más simpático que él. Que todo puede ser.
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