Cuatro quiere acabar con el acoso
escolar con un nuevo programa para la noche de los martes. Es un objetivo muy
ambicioso, y más para un simple programa de televisión, pero noble y necesario
como todos los que pretenden eliminar las injusticias. En este caso es además
un objetivo cojonudo: Paolo Vasile,
gran jefe de Mediaset, dijo que a pesar de los muchos problemas que tuvo para
sacar adelante este espacio lo emitiría “por
cojones”.
¿Sobran aquí las glándulas? No es
ese su principal problema. Tampoco lo es que lo llamen “Proyecto bullying”
participando en ese acoso al español que se hace, como todos los acosos, desde
una superioridad peligrosa y falsa. Un problema es que los límites que la
Fiscalía de Menores puso a Mediaset desde que empezó con este proyecto no son
interpretados como las lógicas precauciones que deben tomarse en un Estado de
derecho -y más cuando se trata de menores-, sino como un ataque personal contra
una manera de hacer televisión que pretende actuar con patente de corso: cuando
hace “Sálvame” porque eso solo es diversión y no pretende informar a nadie, y
cuando hace información porque el fin justifica los medios y tiene derecho a
hacer lo que le dé la gana. Incluso mandar a menores con cámaras ocultas a
grabar en clase a otros menores sin ningún tipo de autorización judicial ni
control sobre quién ve, quién conserva o qué uso hace de esas imágenes.
También es importante denunciar
la violencia machista, pero todos sabemos que se hicieron programas sensacionalistas
en los que las víctimas eran utilizadas con la excusa de que su testimonio era
muy importante y blablablá. Siempre que da voz a las víctimas, la tele corre el
peligro de resbalar por la pendiente de la manipulación y precipitarse en ese
abismo. No todo vale. “Proyecto bullying” pone sobre el tapete dos problemas:
el del acoso escolar y el de cuál debe ser la forma en que la tele aborde estos
asuntos sin mostrar tantos lloros (¿necesarios o innecesarios?, ¿espontáneos o
inducidos?) como vimos anteayer, ni transformar al presentador Jesús Vázquez en un justiciero que hace
innecesaria a la policía y los juzgados, que después de todo estarán ahí para
algo.
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