8/1/17

GRAZIE, SIGNOR SORRENTINO

El autor más delirante del momento recae sobre la institución más delirante de la historia, y “The young pope”, esta caricatura de una caricatura, esta parodia al cuadrado, se asoma al balcón de la plaza de San Pedro. Tras el brevísimo papado de “Westworld”, una fábula de Paolo Sorrentino sobre el Vaticano anuncia un nuevo orden narrativo en las series de televisión. Los congregados alrededor de las pantallas no entienden, no pueden dar crédito a lo que ven.

Se habla con frecuencia de la influencia de Fellini o Buñuel sobre la obra de Sorrentino, y no cabe duda de que es así. Pero ya se olfateaba en “La gran belleza” y en “La juventud”, y aparece aquí como un fogonazo, la mirada de Kubrick y su tenacidad geométrica, no como un mero recurso formal, sino como una obsesión temáticamente comprometida con el argumento que se está contando. Kubrick es ideal para historias irreales, emocionalmente metalizadas, para describir infiernos que no tienen que ver con las categorías cotidianas del mal. Sorrentino lo sabe, por eso Pío XIII es joven, atlético, fuma sin parar, defiende el conservadurismo por ser oscurantista y no al revés, y no le hemos visto un solo pelo fuera de su sitio en las diez horas escasas que dura la serie. La mezcla del costumbrismo mediterráneo de un Fellini con la fría extrañeza esquizoide de un Kubrick, unidos por el surrealismo que los tres comparten, convierte a Sorrentino en el autor audiovisual más interesante del momento, de los pocos que superan la prueba de fuego del buen arte: que al verlo lo de menos sea si nos gusta o no.

En ese desprecio del subjetivismo, en esa pasión ante el absurdo y en ese cierto horror por las medias tintas, el director resulta idéntico a su personaje, y aunque describe a un monstruo no puede evitar apiadarse de él y dejar rendijas abiertas para su redención. No soy creyente, pero más probabilidades tendría de convertirme a la fe un riguroso escolástico trentino como Pío XIII que un majadero buenista intelectualmente neutralizado como Francisco. Me gustaría creer en dios, pero sólo creo en Paolo Sorrentino. Así que grazie, signor Sorrentino.

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