No soporto la publicidad de marcas comerciales que recurre a mensajes sociales, humanitarios o políticos para calzarnos al final su logotipo y sugerirnos que compremos sus productos. Me parece de una mezquindad indigerible. No soporto ver a una serie de famosos alabar emocionados el papel que las madres desempeñaron en nuestras vidas, lamentar la pobre definición que el Diccionario da de la voz “madre”, y descubrir que todo es un plan de Puleva para vender más leche. No soporto contemplar llamadas a la armonía nacional, uniendo izquierdas y derechas, ateos y creyentes, béticos y sevillistas, y descubrir que todo es un plan de Campofrío para vender más salchichas. El último spot, el que prendió la mecha de esta entrada, es de Balay: para vender más hornos, Balay nos trae un mensaje de igualdad laboral entre sexos, y las primeras trabajadoras de la fábrica charlan cariñosamente con las actuales, se abrazan e incluso una lagrimita, cómo no, parece querer asomar en un momento.
No conozco los casos concretos de estas empresas, claro, y puedo estar equivocado. Pero no me imagino a un directivo de Puleva realmente entristecido por cómo define “madre” la RAE, ni veo a un creativo de Campofrío diciendo a sus compañeros “muchachos, España está muy tensa, ¿por qué no aprovechamos este anuncio para intentar que no haya tantas divisiones entre nosotros?”. Más bien lo que me creo es una reunión de responsables de Balay en donde se discuten varias ideas -¿contratamos a Antonio Banderas, usamos grandes efectos especiales, le damos un toque reivindicativo con temas de gran aceptación social?- hasta que se elige una de ellas por criterios que atienden única y exclusivamente a la cuenta final de resultados de la empresa. La integración de la justicia social en el mundo del márketing como un mero recurso publicitario es el ejemplo más insoportable de la caradura del capitalismo -ese mago desmemoriado que esconde el conejo de la injusticia dentro de la chistera de la economía y luego se sorprende de encontrarlo ahí- al aprovechar en su favor sus propios defectos.
¿Por qué no la concordia entre creyentes y ateos? No necesariamente deben separar las convicciones sobre esta cuestión ¿O presuponen que no cabe la existencia de creyentes críticos y de izquierdas entre otras cosas?
ResponderEliminarNo te olvides de IKEA diciéndonos cómo debemos educar a nuestros niños.
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