Estos días, el concejal del Ayuntamiento de Madrid por el PP,
Percival Manglano, envió este ‘tuit’ junto a una foto de Ana Pastor, presentadora de “El
Objetivo”: “¿Que no me vas a dejar tener
la última palabra en cada una de MIS preguntas de MI entrevista?”. Así
contestó ella: “Vaya qué sorpresa...un
dirigente del PP al que no le gusta una entrevista en la que no decide las
preguntas”. Bien, pero quedó corta. El problema va más allá del PP.
Como muestra, nos asomamos a la reveladora entrevista que,
también estos días, hizo el gran Buenafuente
en “Late Motiv” a un viejo conocido: Rafael
Santandreu, psicólogo iluminado que acude a vender su último manual de
autoayuda.
—Debo decir algo
antes de empezar: nunca en la vida un invitado me había mandado toda la
entrevista hecha con sus preguntas y respuestas.
—Lo hacemos desde mi
equipo de la editorial y tal porque los periodistas hacen muy malas
entrevistas. A veces hacen unas preguntas que uno no quiere responder.
Algunos pensamos que justo esas son las buenas entrevistas.
Por ejemplo:
—Voy a ser sincero
contigo: me sucede con este tipo de libros que cada vez creo menos en ellos. Me
ha pasado como con los ovnis, que cuando era joven me hacía mucha ilusión que
existieran y luego me di cuenta de que no eran verdad. Me da la sensación de
que estos manuales son un negocio a partir de la inestabilidad emocional de la
gente”.
—Es cierto. La mayoría
son colecciones de palabras bonitas. Los míos, no.
Así contestó quien dice “superfeliz”,
“megafeliz” y rellena cientos de
páginas para decir lo mismo que el flipao Aless
Gigaba: “Cero dramas, siempre smile”.
Otra:
—Presentas la
felicidad elevada a categoría de consumo. ¿No es mejor ser buena persona que
ser feliz?
—Joder, una pregunta
muy filosófica
—¿Te ha gustado? Puedes
incluirla en tu próximo cuestionario.
Tras algún jugoso apunte (“Uno
de los riesgos de una búsqueda implacable de la felicidad es convertirte en una
mala persona muy egoísta que quiere estar bien él solo consigo mismo. Esto a
veces choca con un discurso más social y de compartir las cosas”), la
despedida.
—Rafael, me ha
encantado. Te espero cuando tú quieras, siempre que vengas feliz y ya, supongo,
sin cuestionario. Confía en mí. Confía en nosotros.
Por mi parte, sagrada profesionalidad de Buenafuente, en vos
confío.
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