Mañana es 25 de diciembre. Todos,
la tele la primera, debemos celebrarlo como se merece. Dejémonos de
fundamentalismos, apartemos a un lado las creencias personales y juntémonos alegres
en torno a lo que nos une. Está en la base misma de nuestra civilización y
negarlo es negar lo evidente. Es hermosa esta celebración alrededor de la mesa,
pero también de la tele que debe rendir tributo a los cimientos mismos del
suelo que, por encima de localismos, hoy pisa la humanidad toda.
En efecto, hace siglos que un 25
de diciembre llegó de los cielos la confirmación de lo que muchos hombres de
bien esperaban desde mucho antes. Ese gozoso día, en el año 1758, Johann Georg Palitzsch, astrónomo aficionado,
observó que se cumplía la profecía realizada por Edmund Halley en 1705. La humanidad siempre había convivido con
profecías oscuras y repletas de ambigüedades, con advertencias de profetas
iluminados con referencias extrañas e imposibles de verificar que cada cual
encajaba a su antojo y siempre en su beneficio. Pero la profecía de Halley era
diferente porque cualquiera podía comprobarla. Cualquiera. Sin necesidad de
inspiración divina, poderes misteriosos o consumo de drogas. Cualquiera: solo
había que dejarse pamplinas y estudiar un poco de ciencia.
Halley comprendió que el cometa
que vio Petrus Apianus en 1531, el
que vio Johannes Kepler en 1607 y el
que acababan de ver en 1682 eran el mismo. Así que el tío le dijo a lo que
hasta entonces había sido un mal augurio en manos de la superstición y el
engaño, lo que tenía que hacer: seguir una órbita que él calculó apoyándose en
la observación, la teoría gravitatoria de Newton
y una herramienta que la humanidad, por encima de países, ejércitos y religiones,
llevaba construyendo miles de años: las matemáticas. Científicos posteriores,
en vez de repetir como papanatas sus palabras, las corrigieron y explicaron por
qué el cometa tardó un año más de lo calculado en volver: fue retardado por la
atracción gravitatoria de Júpiter y Saturno, que ya no son dioses, sino bolas
de gas.
25 de diciembre, una fecha clave
en la historia de la ciencia. ¡A ver la tele, que seguro que no habla de otra
cosa!
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