Pasa con Tintín, con Astérix, con
“La guerra de las galaxias”, con “Juego de tronos”, con el jazz, con las
películas de James Bond y hasta con el materialismo filosófico. A usted puede
gustarle Tintín o James Bond, pero como discuta con un tintinólogo o un bondólogo
está perdido porque habrá un detalle de una de las aventuras de Tintín o una
afición de Bond que no conoce y, caramba, eso le convierte en un completo ignorante,
en un aficionaducho que no comprende lo serio que es Tintín o James Bond. Por
supuesto, ni se le ocurra discutir con un sherlockholmesnólogo acerca del gran
detective creado por sir Arthur Conan Doyle y, por favor, no se atreva a
defender las dos películas dirigidas por Guy Ritchie y protagonizadas por
Robert Downey Jr. que ofrecen una versión sucia, desaliñada y a veces
caricaturesca del inquilino del 221B de Baker Street. A los que nos gusta
Holmes, pero no pertenecemos a la Iglesia
Holmesiana , nos encanta “Sherlock Holmes” y “Sherlock Holmes,
juego de sombras” (TNT). Por eso podemos fijarnos en lo importante sin que nos
distraiga lo urgente.
En
“Sherlock Holmes, juego de sombras”, Holmes visita al profesor Moriarty en su
despacho-estudio en la universidad y, más allá del delicado duelo dialéctico
entre el mejor detective de todos los tiempos y el Napoleón del crimen,
deberíamos fijarnos en la pizarra con las complejas fórmulas matemáticas
desarrolladas por el profesor Moriarty. Sabemos que David Saltzberg, profesor
de Física y Astronomía en la
Universidad de California, es el asesor científico de la
serie “Big Bang” y el encargado de que las fórmulas que aparecen en las
pizarras de Sheldon sean correctas, y no graciosos garabatos. ¿Quién es el
asesor científico que está detrás de las pizarras del profesor Moriarty en
“Sherlock Holmes, juego de sombras”? Estoy seguro de que su nombre aparece en
los títulos de crédito, pero es imposible saberlo porque TNT (y casi todas las
cadenas, incluida La 1) tienen la fea costumbre de cortar esos títulos de crédito
con la rapidez de un carnicero observado por un cliente suspicaz. Sin los
asesores científicos, las pizarras de Sheldon, de Moriarty o del profesor
Gustav Lindt de la universidad de Leipzig en la maravillosa (que me perdonen
los hitchcockólogos) “Cortina rasgada” son decorados sin alma. ¿Y con qué
derecho un carnicero puede cortar el alma de una pizarra?
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