Todo lo mejor y todo lo peor de
los documentales sobre arqueología e historia se une en “La Atlántida” (Canal
Historia), y el geólogo Martin Pepper es capaz de sacarnos de quicio con su
obsesión por parecerse a Indiana Jones y esa imagen de motero-mochilero
incompatible con su capacidad para moverse de Atenas a Egipto y de las Islas Canarias
a Santorini mientras grandes arqueólogos, historiadores, geólogos y egiptólogos
le atienden y enseñan los rincones más jugosos. La teoría de Pepper es que la
Atlántida no sólo existió, sino que se encontraba en la isla de Santorini. No
es mal sitio.
En “La Atlántida” encontramos un
buen análisis de los restos de Akrotiri, destruida hace 3.600 años tras la
erupción de un volcán, pero también arriesgadas teorías que no deberían
disfrazarse alegremente de hechos demostrados. La Atlántida, por supuesto, no
es “el mayor misterio de la humanidad”, y el irritante tono de misterio, la
música inquietante y el agresivo diseño que pretende convertir la arqueología
en un videojuego no ayudan a que el espectador se forme una opinión acerca de
si la Atlántica estuvo en la isla que hoy conocemos como Santorini. “La Atlántida”,
como las aventuras de Indiana Jones, ofrece espectáculo y, con todo, lo hace
con más dignidad que Iker Jiménez en “Cuarto milenio”. Lo mejor del documental
sobre la Atlántida, además de las imágenes de Santorini, es que Pepper ha
tenido la gran idea de seguir al filósofo griego Platón, que en sus textos ofrece
mucha información sobre la Atlántida, como Heinrich Schliemann, el descubridor
de Troya, siguió a Homero para encontrar las ruinas de la ciudad de Príamo en
la colina de Hissarlik. Es cierto que cuando Platón dice algo que no concuerda
con la teoría de Pepper, como que la Atlántida estaba más allá de las columnas
de Hércules, el geólogo simplemente lo descarta y dice que Platón “se
confundió”; pero que Pepper siga al pie de la letra a Platón hasta concluir que
la Atlántida estaba en Santorini del mismo modo que Schliemann buscó Troya con
la “Ilíada” en la mano, demuestra que los clásicos se niegan a morir. Y si
Platón sobrevive a un documental sobre la Atlántida, también puede resistir el
ataque de los clones de Wert que quieren convencernos de que los estudiantes
necesitan más reválidas, más prozac y menos Platón.
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