Campea la Campos en los campos de
Telecinco. Mil años después de que, polvo, sudor y hierro, el Cid cabalgara, campea campechana.
Doscientos años después de que Jesús
Hermida inventara las “chicas Hermida” y la tele de mañana, campea campeadora.
Cien años después de que, maternal, sentara a Terelu en su regazo audiovisual, campea campurriana. Porque la
Campos de “Las Campos” (noche del jueves en Telecinco) es María Teresa. Terelu solo es el pretexto para hablar en plural y
titular “Las Campos” en vez de “La Campos”. Aunque ambas sean mitocondrialmente
indistinguibles, no estamos ante un ‘reality’
-tan tramposo, tan ‘irreality’ como
todos los ‘realities’- sobre la vida en
diferido de una hija. Esta es la vida de una madre, de una madre coraje.
María Teresa, la misma que animaba
el cotarro disfrazada de “Defensora del espectador” para, supuestamente, llevar
la deontología periodística y la dignidad laboral a “Sálvame”, se ve ahora
obligada a vender una vida privada para la que ya está mayor. Y hay demasiada
competencia en un mercado rebosante de oferta. Da igual lo mucho que se exponga
y estire su relación con ‘Bigote’
Arrocet, no es fácil competir con el sistema endocrino de los garañones y
las verracas de “Mujeres y hombres y viceversa”. Por ejemplo.
Pero su auténtica preocupación es
su hija. La quiere en primera línea, y no es fácil. Si intenta darle relevancia
acompañándola -amadrinándola-, se encuentra con que su propia presencia la
ensombrece y oculta. “Yo a veces he
pensado una cosa terrible: tengo que desaparecer para que reconozcan a mi hija”,
dice compungida en “¡Qué tiempo tan feliz!” (“Las Campos”, “¡Qué tiempo tan
feliz!”, “Sálvame”; esta mujer no para. ¿No habría que someterla a un control
antidoping?). Pero ya se ha visto que, cuando la deja volar sola, Terelu es de
vuelo torpe y corto. Que María Patiño
la desplace ya es lo de menos. El problema ahora es que, si se descuida, hasta
la asistenta -la revelación del estreno de “Las Campos”- se la come con patatas
fritas.
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