Si la filosofía, como decía
Wittgenstein, es una lucha contra el embrujamiento de nuestra inteligencia
mediante el uso del lenguaje, podría decirse que Zahira (12 años), Carlos (11
años), Jackson (11 años) y Samuel (13 años) han vencido en esa lucha porque
cada palabra que pronuncian significa exactamente lo quieren decir, y es
imposible que nadie que les escuche caiga en ese embrujamiento que esconden
palabras como “progreso” o “libertad”. Zahira, Carlos, Jackson y Samuel son los
protagonistas de “Camino a la escuela” (Xtra), un documental acerca de la
aventura diaria que supone para estos niños ir a la escuela. Zahira, 22
kilómetros, cuatro horas caminando por el Alto Atlas (Marruecos). Carlos, 18
kilómetros, una hora y media a caballo por la Patagonia (Argentina). Jackson,
15 kilómetros, dos horas por Laikipia (Kenia). Samuel, 4 kilómetros en silla de
ruedas arrastrada por sus hermanos, una hora y quince minutos en la Bahía de
Bengal (India). El documental, estoico y exacto en sus bellísimas imágenes,
presenta a estos niños como héroes, pero la palabra “héroe” nos embruja y nos
confunde.
No hace falta que el lenguaje nos
embruje para que entendamos el valor de Zahira, Carlos, Jackson y Samuel.
Cuando el padre de Jackson despide a su hijo a las cinco y media de la mañana
diciendo que espera que vuelva de la escuela más valiente, fuerte, inteligente
e instruido, esas palabras amplían los límites de nuestro mundo; pero cuando
explicamos a nuestros hijos que tienen mucha suerte porque pueden ir al cole caminando
unos minutos o en autobús es probable que no nos entiendan porque las palabras
“suerte” y “cole” no significan lo mismo para todos. Creo que TVE debería
emitir “Camino a la escuela” los primeros días de septiembre y liberar así a
padres, pedagogos y publicistas de “El Corte Inglés” de la ingrata tarea que
supone dirigirse a los niños que como Felipe, el amigo de Mafalda, no ven nada
claro qué tiene de bueno el fin de las vacaciones. Por cierto, yo no pude ver
el final del documental porque cuando se pinchó una de las ruedas de la silla
de Samuel y sus hermanos tuvieron que empujar todavía más fuerte pero sin
perder la sonrisa, los límites de mi mundo se ensancharon tanto que me quedé
sin fuerzas. Ya me contarán cómo acabó la historia de Samuel y su silla, de
Zahira y su gallina, de Carlos y su caballo y de Jackson y su lucha para
esquivar a los elefantes.
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