El documental “Nadia Comaneci: la
gimnasta y el dictador” (La 2) es oportuno porque estamos inmersos en unos
Juegos Olímpicos, es necesario porque a veces se nos olvida que detrás de los
grandes deportistas hay algo más que medallas de oro, y es conmovedor porque
demuestra que, así en el deporte como en la vida, los finales felices no
siempre son tan felices. La historia de la gran gimnasta rumana Nadia Comaneci
comenzó cuando el duro y revolucionario entrenador Béla Károlyi preguntó en una
escuela de Onesti quién sabía hacer la vuelta lateral, y la pequeña Nadia
sabía. Desde esa pregunta en el colegio hasta el 10 en su ejercicio en las
barras asimétricas en los Juegos Olímpicos de Montreal, la vida de Nadia consistió
en entrenar, entrenar, entrenar y sonreír poco. ¿Mereció la pena tanto
esfuerzo, tantos años en busca de la perfección deportiva, tantos besos de
Ceaucescu, tantos discursos ensalzando las virtudes del dictador rumano, tanta
dieta, tanta disciplina y tanta tristeza? El documental sobre Nadia no contesta
del todo a estas preguntas, pero los ojos de la gimnasta puede que nos digan
más que sus explicaciones.
Las estupendas comentaristas de
gimnasia de TVE en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro apuntaron, después de
ver su ejercicio de suelo, que la gimnasta rusa Aliyá Mustáfina ganaría mucho
si sonriera un poquito durante sus actuaciones. Es fácil decirlo. Pero puede
que Mustáfina o Comaneci pertenezcan a la misma clase de deportistas que el
futbolista Mascherano, que reconoce que no se divierte jugando al fútbol con el
Barça porque tiene que estar concentrado los noventa minutos de cada partido.
Mascherano dice que no entiende a los que salen al terreno de juego a
“disfrutar”, y quizás Nadia y Mustáfina tampoco entiendan a las gimnastas que
salen a “sonreír” mientras compiten. No sé qué añade la sonrisa a un ejercicio
de gimnasia, ni qué tiene de bueno que un defensa central sonría mientras
intenta controlar a un delantero como Aduriz. Creo que la sonrisa está
sobrevalorada, y que los cantantes, los políticos o los presentadores de
telediarios deberían sonreír menos. Si Buster Keaton hubiera sido tan buen
gimnasta como Nadia Comaneci, también habría ganado medallas de oro.
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