Hace falta un disidente que anime
los monótonos programas políticos de televisión. No un analista capaz de
defender o criticar cualquier cosa con argumentos intercambiables según se
trate de hablar de unos u otros. De eso ya tenemos. Lo que necesitamos estos
días (estos meses, este último año) es un disidente de verdad, un disidente más
disidente que el disidente de la Unión Popular de Judea. Los telespectadores
nos merecemos que se cuele en las tertulias un tío que no esté de acuerdo y discrepe
con la manera en que los contertulios actuales están de acuerdo en discrepar.
Los programas políticos de estos
días en la tele (de estos meses, de este último año) son tan repetitivos que
son intercambiables. Qué hastío. Necesitamos un valiente que cuando todas los
programas coincidan en que hace falta urgentemente formar un nuevo Gobierno
para después disentir acerca de cómo lograrlo, niegue la mayor y diga que no hay
ninguna prisa. Un insolente que represente a los que no se creen que sin faraón
el Sol no renacerá al día siguiente y el Nilo dejará de fluir. Un kamikaze que
sostenga que es mejor nada que un mal acuerdo para formar un mal Gobierno. Un terremoto
que repase todas las veces que los sabios economistas que decretan que las
cosas solo pueden ser como ellos dicen aseguraron que sin nuevo Gobierno frenaría
la economía, y al ver que no es así aun tienen el valor de decir que con nuevo
Gobierno el crecimiento habría sido mayor.
No se trata de que un tipo así tenga
razón, sino de que abra ventanas. Que lo ponga todo patas arriba al decir que
los españoles somos unos campeones capaces de arrebatar a Bélgica su récord de 541
días sin Gobierno. Que celebre que el 25 de diciembre podamos festejar el Sol
Invicto yendo a votar o no en familia o no. Que plantee que si el poder
corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente, debemos colegir que el
poder en funciones corrompe en funciones; que siempre es menos y, por tanto,
mejor.