Llegó el momento. Toda espera tiene su recompensa. Muajajajaja. Vosotros habéis pasado trece semanas viendo capítulo a capítulo la cuarta temporada de “The Americans”. Sufriendo con cada cliffhanger al término de cada episodio. Teniendo que recordar decenas de nombres y de caras de una semana a otra. Ah, qué mala es la falta de fuerza de voluntad. Yo, no. Yo supe esperar. Me moría de ganas de saborear otro nuevo maratón de la mejor serie de la década. Pero no quería hacerlo en pequeñas dosis separadas siete días entre sí. Así que acumulé cada capítulo bien guardadito sin verlo. Hasta hoy. La paciencia es un árbol de raíces largas pero frutos amarillos. No, espera, de raíces fuertes pero frutos amargos. Bueno, no sé... Pero me suena que hay un refrán que dice no sé qué sobre la paciencia y los árboles. Pues eso.
Hoy es el día. Son las dos de la tarde y me dispongo a zamparme de una sentada toda la cuarta temporada de “The Americans”. Trece horacas. Catapún. He apagado el móvil. He dicho a mi familia que voy a recluirme durante el resto de la jornada para meditar mi postura ante la investidura de Rajoy. He colocado estratégicamente dispuestos a lo largo del sofá y en banquetas adláteres cuantos víveres y cerveza puede necesitar un ser humano para sobrevivir a setecientos ochenta minutos de aislamiento. Un baño portátil instalado junto a la puerta en un ángulo desde el que se divisa el televisor a la perfección garantiza que no necesite interrumpir la experiencia en caso de un comportamiento traicionero de la cerveza o un giro de guion de los que desenrollan el colon como un matasuegras. Vamos, Elisabeth y Phillip Jennings, dadme vuestro mejor golpe. Os estoy esperando.
Ni un cliffhanger. Ni un “¿Chevchenko era el espía que mató a Harris o el dirigente que montó lo del suicidio de Gene?”. “The Americans” four season complete de un trago. A cada final de capítulo le sucederá el comienzo del siguiente. Cuando todo esto termine serán las tres de la mañana de mañana. Lentamente miraré a mi alrededor con extrañeza, como el que sale de un sueño de siglos. No estoy seguro de que me parezca más familiar la España de Errejón y Rivera que la Norteamérica de Reagan.
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