El Brasil que nos descubre Philippe
Glouger en los capítulos de la serie documental “Grandes viajes en tren”
(Canal Viajar) dedicados al norte de este país se parece al Brasil que vemos en
los telediarios y al Brasil que veremos en los Juegos Olímpicos de Río de
Janeiro tanto como un partido de fútbol en el patio de un colegio se parece a
una reunión de la UEFA. Supongo que ese brasileño del Amazonas que es capaz de
subir a un árbol de más de 20 metros de altura con la única ayuda de una cuerda
atada a los pies y con el objetivo de conseguir un fruto que Philippe, por
cierto, ni siquiera sabe cómo morder entiende tan mal como nosotros lo que está
pasando en Brasil, alucina con la bizantina política brasileña y, por
desgracia, no ganará ninguna medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Viajar en
tren con Philippe por el norte de Brasil es importante no porque ese viaje nos
descubra al “buen salvaje” que sabe trepar por árboles resbaladizos, ver la vida
desde una hamaca de colores o incluso orientarse en el Amazonas sin los
instrumentos del “hombre blanco”, sino porque nos recuerda que “Brasil”, como
el alma según el filósofo La Mettrie, es sólo un término vago del que no se
tiene la menor idea.
Brasil es el escándalo de
Petrobras, Pelé, la destitución de Dilma Rousseff, trenes de tres kilómetros
arrastrando hierro a través del Amazonas, el rictus de Temer, los actores de la
película “Aquarius” en la alfombra roja del Festival de Cannes, el estadio Olímpico
de Río de Janeiro, la bandera del “orden y progreso” y también el crecimiento
económico imparable que chocó contra una piedra inamovible de corrupción y de
incapacidad de llevar la prosperidad más allá de la cosmética. Algunos dicen
que el fracaso de la selección brasileña en el pasado Mundial, con humillación
histórica ante la selección alemana incluida, hizo más daño a Brasil que la
recesión, el incremento de la deuda pública, la corrupción y la plaga de
mosquitos. Si Brasil fracasa en los Juegos Olímpicos como país organizador o en
el número de medallas, siguen diciendo algunos, la crisis será imparable. ¿El
alma de Brasil reside en el fútbol y en los Juegos Olímpicos, o quizás en el
escalador de árboles que dejó con la boca abierta a Philippe Glouger? No
sabemos qué es el alma ni qué es Brasil, pero sí sabemos qué es un gol y una
medalla de oro, y también sabemos que los trenes de la realidad están
rigurosamente vigilados.
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