El hecho de que la Eurocopa de Francia esté casi tan presente en el tiempo que los telediarios dedican a los sucesos como en el espacio que sacrifican a los deportes no sólo es un clavo más en el ataúd del fútbol considerado como una de las bellas artes sino, lo que es más triste, la prueba de que el nivel de estupidez de una parte de los que dicen ser aficionados al fútbol sube como la espuma en una caña escanciada. Los que de verdad amamos el fútbol lo pasamos en grande con la conmovedora lucha de la selección de Albania contra los elementos, con goles maravillosos como el de Hamsik a Rusia o con la inagotable elegancia del juego de Iniesta. Los que ven el fútbol con los mismos ojos con los que un niño con un alfiler en la mano ve un globo no aman el fútbol, no aman el deporte, ni siquiera aman a sus equipos. Sólo pinchan globos.
Las peleas entre “hooligans” tienen tanto que ver con el
fútbol como una cena de Hannibal Lecter a base de hígado humano con habas
acompañado de un buen Chianti tiene que ver con la gastronomía. Al parecer,
existe una especie de Internacional de Imbéciles que reúne a los aficionados
“radicales” de varios países, de forma que un grupo de “radicales” violentos (o
sea, de imbéciles) españoles se citó en Niza con otro grupo de “ultras” violentos
(o sea, de imbéciles) franceses para luego pegarse con los seguidores más
“fanáticos” (o sea, imbéciles) de la selección turca con motivo del partido
España-Turquía. Pues qué bien. Hemos pasado del “proletarios de todos los
países, uníos” al “imbéciles de todos los países, uníos para pegaros de
hostias”. La agente del FBI Verónica Dawson de la serie “Banshee” dice que no
hay nada más absurdo que un psicópata metido en un debate socrático, pero yo
diría que sí hay algo más absurdo: meter a un violento “radical”, “ultra” o “fanático”
(es decir, un imbécil) en un debate socrático sobre el fútbol. No se puede
discutir con un imbécil, pero tampoco se trata de ver cómo los imbéciles se
pelean con la excusa de un partido de fútbol como si fuéramos Jerjes sentados
en un trono con dosel observando desde la costa la batalla de Salamina. Tengo
la solución. Enviemos a la Eurocopa a Merlí Bergeron, el profesor de filosofía
de la serie “Merlí”, para que se enfrente dialécticamente con los “radicales”.
Merlí el peripatético contra la Internacional de Imbéciles. Venga, Merlí, tú
puedes.
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