Parece que la sobredosis de políticos en
campaña que llevamos sufriendo desde hace meses dan la razón a Orwell cuando
decía que el lenguaje político responde a la intención de dar apariencia de
solidez al puro viento, y hasta pudiera ser que la hipermegasobredosis de
opinadores políticos que soportamos en televisión desde que alguien descubrió
que el lenguaje es una característica humana que comparten Ramoncín y Emilio
Lledó confirme la teoría de Paul Johnson según la cual una docena de personas
escogidas al azar son tan capaces de ofrecer puntos de vista sensatos sobre
temas de moral y política como una muestra representativa de intelectuales. Así,
puede que las promesas de los políticos sólo sean un intento de dar solidez a
ese viento que no podrá derribar la casa de ladrillo que construyó el cerdito de
los recortes y la austeridad, y es posible que doce ciudadanos escogidos al
azar sean capaces de ofrecer puntos de vista que estén fuera del manual del
perfecto opinador político sin que por ello se hundan la audiencias y los
cimientos de la democracia.
Lo que vale para la política sirve para el fútbol. El lenguaje
futbolístico intenta muchas veces dar solidez al puro viento de un deporte de
once contra once en el que casi siempre gana Alemania o el equipo en el que
juegue Iniesta, y los opinadores futbolísticos que hoy destrozan a Del Bosque y
mañana negarán tres veces haber criticado la ausencia de Isco en la selección
podrían ser sustituidos por doce futboleros escogidos al azar sin que al seleccionador
español se le mueva un pelo del bigote. La política y el fútbol no son artes como la medicina o
la escultura que sólo poseen una minoría. Protágoras dice en el diálogo
platónico que lleva su nombre que los atenienses, cuando deliberan sobre
arquitectura o cualquier otra profesión, escuchan sólo a unos pocos, los
capacitados para dar consejos en estas materias; pero cuando deliberan sobre la
virtud política escuchan a todo el mundo, porque suponen que todos participan
de esa virtud o, de lo contrario, no habría ciudades. Sobre virtud política y,
tendríamos que añadir, sobre fútbol. Con un límite. Por favor, que los
políticos no hablen de fútbol y que los opinadores futbolísticos no hablen de
política. Siempre que Rajoy habla de La Roja es como si Tomás Roncero opinara en
“El chiringuito de jugones” de la reforma del Senado. Suena raro. Que los
políticos hablen de fútbol en la intimidad y que los opinadores futboleros
hablen de política en casita. Y que Protágoras nos perdone.
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