¿Pero no lo veis? Está completamente desnuda. No lleva ningún lujoso traje nuevo. La ha engañado su sastre y pretende engañarnos a todos. “9 meses con Samanta” es un programa completamente vacío, no tiene nada dentro. Las vivencias que pretende transmitirnos la futura mamá con su selfie vital son como los disparos de fogueo: deslumbran durante un segundo, pero cuando se apaga el ruido y el fogonazo no queda un agujero en ningún sitio. La casuística, los testimonios, las experiencias curiosas que Samanta nos presenta en su programa existen únicamente en el contexto de su exhibición mediática. Se ha corrido la voz de las bondades del traje nuevo de Samanta y parece que cualquier persona mínimamente sensible habrá de emocionarse con el exhibicionismo de la reportera factual. Pero no. Yo soy el niño del cuento. Créedme. Samanta no tiene absolutamente nada importante que contarnos. Los espectadores que disfrutan con el programa se limitan a creer ver lo que quisieran ver sin que en realidad se encuentre en la pantalla. Samanta se pasea por Cuatro completamente desnuda.
No es la única. La televisión se ha convertido en una playa nudista. Están desnudos Bertín y todos los bertinables de su programa. Están desnudas –oh, pecado- las chicas ésas que se plantean ser monjas. Carlos Lozano y el resto de VIPs y el resto de Supervivientes parecen salidos de “Adán y Eva”. No sé cómo vieron ustedes a Matamoros y a Makoke en el “Deluxe”, pero yo les juro que iban en pelota picada. Samanta Villar ya resultaba estomagante cuando se dedicaba a convertirse durante veintiún días en otros yoes para vendernos sus experiencias de transformación; ahora que las tres semanas se han convertido en nueve meses y los otros yoes se han convertido en el propio, el resultado ya es embarazosamente bochornoso. Su gestación es real, pero el traje con el que lo viste en “9 meses con Samanta” sencillamente no existe. Estos programas son los responsables de que actualmente “especial” e “íntimo” sean sinónimos de “nadería” y “banalidad”. Quizá debiéramos plantearnos denunciar al sastre.
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