Cuatro ya terminó de emitir
“Quiero ser monja”, alabado sea el Señor. ¿Qué balance hacer de este extraño reality en el que no se sabe si
concursaban cinco zagalas que aspiraban a servir a Dios o concursaba Dios que
aspiraba a convencerlas para que fueran sus siervas? Bueno, que no se enfade
Dios en su infinita omnipotencia, pero parece que el Sumo Hacedor no consiguió
un buen resultado con Su llamada a las aspirantes a monjas. Él venga a llamarlas,
ellas venga a sentir Su llamada, pero cuando vieron Su oferta a tres de las
cinco chicas no les gustó lo que Dios les ofreció y se piraron. Una quería ver a
su novio y recuperar su maquillaje; otra, comer una paella; otra, reencontrarse
con su familia y hacer “cosas normales”.
¡Cosas normales! O sea: Dios, 2; Mundo, Demonio y Carne, 3. El resultado deja a
Dios fuera de la eliminatoria. Los caminos del Señor son inescrutables, pero lo
escrutado en seis semanas de programa no pareció lo suficientemente divino,
glorioso o celestial en estos tiempos de perdición en que una mujer puede tiene
vida propia más allá de un convento o un matrimonio como Dios manda.
Al Dios de las televisiones no le
fue mejor: tampoco los espectadores seguimos Su llamada. “Quiero ser monja”
tuvo la mitad de audiencia que había tenido “Los Gipsy Kings”, así que no
volverá. A no ser que lo haga como un apartado de “Cuarto milenio”.
Hubo un tiempo en que el
catolicismo era una garantía de lucha contra las supersticiones y las pamplinas
de todos los ikerjiménez que en el mundo han sido. Ahora, una aspirante a monja
es capaz de preguntar “¿Nunca han
escuchado nada así como paranormal en el convento?”, y de concluir “El lugar es un poco así, como inquietante,
¿sabes? Hay como una energía… una energía nerviosa. No sé, no me ha dado buena
vibración. Y más que esté el cementerio dentro de la casa”. Ay, mocina,
como te oiga la Congregación para la Doctrina de la Fe te regala un catecismo
para que enteres de lo que hay y te dejes de paganismo y supersticiones
diabólicas.
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