El filósofo alemán Walter Benjamin escribió que en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de esa obra, debido a que la multiplicación de las reproducciones pone la presencia masiva de la obra de arte en el lugar de una presencia irrepetible. Sin embargo, he vuelto a ver en TCM “La mujer y el monstruo”, la maravillosa película de Jack Arnold que es una especie de “King Kong” acuático, y me parece que no ha perdido ni un trocito de su aura a pesar de que las aventuras y desventuras del pobre “monstruo” ya no forman parte de una experiencia irrepetible vivida en una sala de cine, sino que pueden verse mil veces en DVD o incluso en un teléfono que cabe en las branquias de la criatura de la Laguna Negra. Por otro lado, cuando veo “Avatar” en Telecinco me da la impresión de que la película de James Cameron ha perdido gran parte de su aura en el camino que va de la sala de cine a la reproducción masiva en las cadenas televisivas. Parecería así que las palabras de Benjamin no sirven para el cine, sino para otro tipo de obras de arte, si no fuera porque estoy seguro de que muchos amantes del cine defenderán que hoy el aura de “La mujer del monstruo” tiende a cero, mientras que el aura de “Avatar” se agiganta cada vez que una cadena televisiva decide programar las aventuras y desventuras de Jack Sully entre los humanoides azules en la selva de Pandora. Un lío.
Lo del “aura” es un lío porque no
podemos decir que el mundo en blanco y negro de la criatura de la Laguna Negra
es el mundo azul de los na´vi de Pandora pero con otras reglas de etiqueta,
sino que son dos mundos completamente diferentes. Y así como, según Edward Sapir,
dos lenguas nunca son suficientemente similares como para que se considere que
representan la misma realidad social, dos mundos cinéfilos nunca son lo
bastante similares como para que se considere que comparten esa cosa que
llamamos “aura”. Los que hemos sido formados en las viejas salas de cine por
películas como “La mujer y el monstruo” o, si lo prefieren, por el péplum
clásico, las películas de vaqueros o las aventuras de Tarzán, hemos sido
también transformados por esas salas y películas como la acción humana
transformó el medio natural en Las Médulas. Y lo mismo puede decirse con
respecto a películas como “Avatar” o, si lo prefieren, las últimas entregas de
la saga galáctica de Lucas o los cacharros de “Transformers”. Y no sé si la criatura
de la Laguna Negra podría vivir en Pandora.
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