Hace unos años molaba descolocar
a la peña diciendo que no había que darle tanta importancia a la tele porque es
solo un electrodoméstico más, como una secadora, una lavadora o una aspiradora.
Lo decía, por ejemplo, Wyoming, para
quitarle hierro al tonto revuelo que producía alguno de sus programas en
tiempos en que se formaban tontos revuelos con demasiada facilidad. Wyoming
siempre fue un tipo listo, pero se equivocaba. Que la tele no es solo un
electrodoméstico sino mucho más lo demuestra el hecho de que el Parlamento no
discute sobre lo que se hornea en los hornos, se bate en las batidoras o se
fríe en las freidoras, pero sí sobre lo que se ve en la tele.
Pero no es solo el Parlamento.
Todo lo que se mueve alrededor de la tele, que muchas veces no llegamos a
saber, demuestra que frigoríficos, lavavajillas y exprimidoras tendrán su
importancia, pero la tele es mucha tele. David
Bowie lo sabe, y Wyoming también, hay cosas en la noche que es mejor no ver:
hace veinte años que “El peor programa de la semana”, el inolvidable, alevoso y
nocturno espacio dirigido por Fernando
Trueba y presentado por Wyoming, fue fulminantemente borrado de la parrilla
de La 2 porque iba a entrevistar en directo al escritor Quim Monzó, y los guardianes de la patria temían que pudiera hacer
chistes sobre la Familia Real.
Hemos ido a peor. Produce
desolación saber que “En la tuya o en la mía”, el colmo de la caspa, la cima de
la tele rancia y babosa, el no va más de la frivolidad hipócrita disfrazada de campechana
tontería, no renueva con TVE por ser lo que es, sino por resultar un espacio
excesivamente transgresor, rupturista e incómodo para el poder: grabó una
entrevista en la que daba la palabra durante unos minutos a Pedro J. Ramírez y eso no gustó al PP.
¡Oh, Dios de las televisiones!, ¿de verdad eres tan cruel que vamos a tener que
seguir a Bertín Osborne para estar a
la última en el áspero campo de la actualidad televisiva?
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