Finalmente
ocurrió: los programas informativos de TVE referidos a la fallida sesión de
investidura de Pedro Sánchez obtuvieron audiencias más bajas que los del resto
de las cadenas; y no sólo que los del resto de las cadenas generalistas
habituales, sino también que los de las cadenas temáticas de la TDT.
Concretamente, “El Debate de La 1” dedicado al debate de investidura no
sobrepasó el 4,8% de audiencia, mientras que la tertulia política “El cascabel”
que emitió 13TV simultáneamente dedicada al mismo tema alcanzó el 5,1% de
audiencia.
Dicho
en otros términos: los españoles elegimos para informarnos acerca de los cambios
políticos de nuestro país cualquier cadena, cualquiera, menos la que pagamos
entre todos para informarnos acerca los cambios políticos de nuestro país. ¿Una
cadena que es propiedad de algunos de los principales grupos financieros de
España y el resto de Europa con vaya a saber usted qué intereses? Vale, mejor
ésa que la que es propiedad nuestra. ¿Una cadena cuyas emisiones buscan
únicamente la rentabilidad económica publicitaria por encima de cualquier otro
criterio de calidad? Muy bien, informémonos ahí antes que en la cadena que
pagamos entre todos para que no tenga más objetivo que la veracidad. ¿Una
cadena dirigida por un grupo religioso que posee verdades eternas reveladas a
ellos por seres sobrenaturales? Sí, sí, que esa cadena nos informe antes que
nuestra cadena meramente constitucionalista.
Como el panadero aquél que en su casa comía únicamente el pan que compraba en la panadería de enfrente porque era mejor que el suyo, todos asumimos con normalidad el pagar un servicio público periodístico para después no usarlo y correr a informarnos en las empresas privadas. Y nos vale cualquiera, cualquier cadena y programa en donde alguien se ponga a informar u opinar sobre lo que está pasando en nuestro país. Sólo en un requisito somos inflexibles y tajantes: que no sea nuestra televisión, que no sean los informativos que pagamos entre todos. Hasta ahí podríamos llegar. Por ahí, faltaría más, no pasamos.
Como el panadero aquél que en su casa comía únicamente el pan que compraba en la panadería de enfrente porque era mejor que el suyo, todos asumimos con normalidad el pagar un servicio público periodístico para después no usarlo y correr a informarnos en las empresas privadas. Y nos vale cualquiera, cualquier cadena y programa en donde alguien se ponga a informar u opinar sobre lo que está pasando en nuestro país. Sólo en un requisito somos inflexibles y tajantes: que no sea nuestra televisión, que no sean los informativos que pagamos entre todos. Hasta ahí podríamos llegar. Por ahí, faltaría más, no pasamos.
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