No podemos seguir bombardeando
Siria como hasta ahora. Occidente en general, y Europa en concreto, no puede
seguir fabricando y vendiendo bombas que se lanzan indiscriminadamente contra
la población civil siria por muy buen negocio que sea y por mucho bien que haga
a nuestra balanza de pagos. Antes, hay que distinguir objetivos con exactitud,
planificar las intervenciones militares con cuidado e identificar claramente nuestro
propósito. Como dijo hace unas semanas el cardenal Antonio Cañizares, arzobispo de Valencia, en unas famosas
declaraciones sobre la situación de Europa como consecuencia de la guerra de
Siria: “Hay que ser muy lúcidos”. Pues
seámoslo. Así, cuando sepamos en medio de este enorme jaleo quiénes son los
buenos y quiénes son los malos, podremos bombardear a los buenos, ir a por
ellos, acabar con sus casas, con sus familias, con sus vidas.
Los drones, ángeles de la guarda,
nos muestran el peligro y nos advierten. Anteayer, los telediarios ofrecían las
imágenes que grabaron de la devastación en Siria. Casas, calles, barrios
enteros destruidos en ciudades que son inmensas escombreras. Y la población
bombardeada, con ese interés egoísta por sobrevivir que tienen los desgraciados,
nos invade. Ni escapa ni huye ni rehúye: nos invade. “¿Qué está pasando en Europa? Hay que ser muy lúcidos. Esta invasión de
inmigrantes, de refugiados, ¿es todo trigo limpio o viene con mucha mezcla?
Viene con mucha mezcla”. Tienen razón el cardenal y el Espíritu Santo que
le ilumina. Viene con mucha mezcla porque las bombas caen indiscriminadamente
sobre todos: sobre una gran mezcla de buenos y malos, justos e injustos, píos
piadosos e impíos despiadados que, batidos sobre fuego de metralla, nos invaden
mezclados.
“No dejemos pasar todo” ruge en el cardenal el Dios del Antiguo
Testamento. Es fácil: hagamos que las bombas caigan solo sobre los buenos. Así podremos
ser caritativos y acoger a los honestos supervivientes que jamás causarán
ningún mal ni cometerán delito alguno. Que vengan a Europa solo los justos, los
puros, los moralmente perfectos, que gilipollas ya tenemos bastantes.
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