No entienden por qué nos caen mal. No les cabe en la cabeza. Si ellos son encantadores... Hacen meditación, que está muy de moda. Y posturas de yoga. Y cuando les sale mal la postura caen al suelo muertos de risa, felices por haber protagonizado otra pequeña anécdota más que quedará muy bien en cámara y en la que demostrarán lo campechanos e informales que son. ¿A quién no les caerían bien? Hay que estar muy amargado para que no te guste esa forma de ser. Son superdivertidos y ríen sin parar. Pero también dominan a la perfección el registro profundo, y cuando la conversación lo requiere pueden ponerse intensitas y decir sentencias como “cada día es un regalo” o “en las situaciones difíciles es cuando las personas demuestran lo que son”. Siempre han retado los convencionalismos sociales, especialmente en lo referido a cómo combinar los colores de la ropa. Y se llaman entre sí por diminutivos. Siempre. “Anita, ábreme la puerta”, “pero, Bertín, si te llevo esperando una hora”.
Desde el primer momento en que tuvieron conciencia de sí mismos supieron que habían nacido para ser ellos. Y les pareció maravilloso. Nunca se han planteado que pueda existir una vida que no esté basada en el egocentrismo, la vanidad y la presunción. No contemplan la posibilidad de que alguien no quiera ser como ellos. Han trabajado mucho, sobre todo en Miami. Han estudiado mucho, sobre todo en Miami. Han sufrido mucho, pero Julio les ayudó (sí, en Miami). No sienten que haya ninguna contradicción entre cómo son delante de las cámaras y cómo son cuando no están en público. Pierden los nervios en ocasiones, si bien sólo cuando el mundo se atreve a no encajar en sus caprichos. No leerán esta crítica, pero si lo hicieran dirían en voz alta “este tío es gilipollas”, más desconcertados que irritados, sintiendo que se les ataca sin ningún motivo; luego quedarían unos cuantos segundos en silencio con la mirada perdida sin pensar en nada. Creen que sentimos envidia de ellos. Nunca entenderán que es simple dentera.
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