La Fórmula 1 se desinfla, se apaga,
se ahoga. Habrá que reinventarla si no queremos que muera de aburrimiento
olvidada por todos. Hace pocos años, cuando Antena 3 le quitó este espectáculo
a Telecinco, la Fórmula 1 era un valor en alza. La apuesta millonaria de Atresmedia
valía la pena porque mantenía cifras mareantes de seguidores incondicionales
que incluso aumentaron los primeros años. Después llegó la falta de emoción, el
desinterés, el declive.
Aquí y allá se alzan voces proponiendo
modificar la Formula 1 para devolverle el brillo, la intensidad y el brío que
un día tuvo. Puede ser una medida, pero lo mejor es apostar por un cambio de
más calado, una auténtica refundación del duelo entre hombres y máquinas que
permita recuperar el atractivo perdido en los últimos años y volver a conectar
con los espectadores. Habría que iniciar un nuevo camino que llegara a lo que los
fans necesitan y quieren ver, porque sin ellos no hay Fórmula 1, y esto pasa
por estar más cerca de ellos, compartir sus deseos y ofrecer buenas carreras que
aseguren la viabilidad del mayor espectáculo del mundo. Habría que potenciar la
competitividad, y con ella la emoción y el interés, estableciendo unas nuevas
reglas que eviten que los contrincantes se enfrenten, como tienen que hacer
ahora, con desigualdades de base que condicionan y enturbian el deslumbrante y
cautivador enfrentamiento entre lo que realmente está en juego: inteligencias,
habilidades, estrategias; o sea, ingenio.
Así que defiendo lo mismo que
defendería Sheldon Cooper para
garantizar la igualdad en la lucha: que los pilotos actuales, volubles e
imprevisibles, sean sustituidos por sujetos intercambiables de conducción
estándar, mejor si son robots, mientras se da vía libre a que los genios que
fabrican esa cima de la inteligencia humana en la creación de herramientas que
es un monoplaza realicen todas las innovaciones de las que su inteligencia es
capaz para arrasar en el circuito ante millones de espectadores enfervorizados.
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