(Resumen de lo publicado: Más allá de los avances tecnológicos que produce, la educación científica de la ciudadanía es un adecuado moderador de los delirios religiosos sobrenaturalistas. Y la televisión justamente, siendo como es ella misma un avance tecnológico, puede también ser un excelente vehículo en esta transmisión de valores y conocimientos).
Ahora bien, para que la ciencia en televisión pueda quedar convenientemente transmitida sería necesario un enfoque muy diferente del que se practica en la mayor parte de las ocasiones. La mayoría de las veces que los programas televisivos incorporan “secciones científicas” o “noticias científicas”, la ciencia es presentada como un conjunto de curiosidades excepcionales, como un conjunto de hechos sorprendentes en donde la banalidad del asombro tiene más importancia que la trascendencia de los descubrimientos. “El Hormiguero” sería el ejemplo perfecto, mientras que “Órbita laika” sólo lo sería en parte y “Cosmos” no lo sería en absoluto. Hoy vemos este líquido increíble que se puede imantar y se convierte en sólido; mañana, este tipo de láser que hace que leviten unas limaduras metálicas; al otro, este compuesto químico que se congela y se evapora cada pocos minutos. Algo parecido puede decirse de buena parte de los documentales sobre animales. De esta manera, la ciencia, es decir, la búsqueda sistemática de control, regularidades y orden en la materia y la naturaleza, la disciplina normativa por excelencia, termina siendo representada por lo que parece tener de anómala, de excepcional, como si alguien quisiera hacernos creer que la espuma que forman las olas al romper representa lo que es el océano.
Y al final -¡qué terrible paradoja!- esta forma de divulgar la ciencia termina abonando en el espectador medio una actitud mágica ante la vida, caprichosa, sorprendida, en donde todo es posible y la naturaleza es una colección de efectos especiales de películas de la Marvel. Mientras tanto, Dios ni existe ni juega a los dados, dos cosas que le diferencian de Marron. Y la sociedad sigue necesitada de la ciencia por lo que tiene de racionalidad empírica más que por lo que tiene de asombro divertido.
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