Se acaba de abrir una nueva
galería en la mina “La Pantoja”. Se trata ahora de Rosana, la madre biológica peruana de Chabelita, la hija adoptiva transoceánica de Isabel, la tonadillera sevillana viuda de Paquirri, el malogrado torero gaditano. Los enanitos de “Sálvame” y
explotaciones similares pican felices en el nuevo filón. Pronto abrirán galerías
laterales para seguir las vetas del padre biológico, los abuelos biológicos, los
hermanos biológicos y todas las parejas y exparejas de las que continuar
extrayendo sus preciados lingotes de brillante y reluciente mierda.
Pero aunque la producción de la
mina “La Pantoja” es asombrosa, siguen trabajando con métodos antiguos que
habría que modernizar. Escarbar en las miserias de la madre y familia biológica
por un lado y en la madre y familia legal por otro se puede hacer aún más
humillante si se recurre a la ciencia, que para eso está. Por ejemplo, en vez
de una madre biológica de perfil plano que vive en Perú y tarda mucho en llegar
hasta los platós de Telecinco, podría haber una madre cromosómica andaluza (que
ceda el núcleo del óvulo del que procede una criatura) y una madre mitocondrial
vasca (que ceda el citoplasma del óvulo) que se llevaran mal entre ellas pero
fueran amigas en secreto de la madre subrogada gallega que lleve el embarazo a
término contratada por la madre legal valenciana a espaldas del marido
madrileño para que reconozca al niño a pesar de haber usado los espermatozoides
de su amante catalán.
A nada que esto se administre
bien y se salpimente con los conflictos familiares habituales, pero con
hermanos y medio hermanos cromosómicos, mitocondriales, uterinos y epigenéticos
con diferente grado de afinidad en el microbioma o en ser más de la Virgen del
Rocío que de la Macarena, puede lograr que una mina de mierda no se agote jamás.
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