El tipo estaba ya más que muerto,
aunque le costó hacer un feo cadáver más de lo que le costaba a Diógenes encontrar un hombre honrado
cuando recorría las calles de Atenas con un candil de aceite en la mano.
Entonces, ella y él deciden deshacerse del cadáver y borrar el rastro de sangre
en el coche. “Lo limpiamos”, dicen. Y él lo limpia todo. Así, sin más. Estamos
en “Fargo” (Canal + Series), y el horror se sucede paso a paso de forma tan
racional que parece que el mal es siempre la salida más lógica. “Fargo” nos
obliga a preguntarnos hasta dónde seríamos capaces de llegar en el camino del
mal banal, nos fuerza a plantearnos si en algún momento diríamos “basta” o
seguiríamos siendo lógicos mientras dejamos de pensar tomando decisiones que repugnan
a la moral. Esos dos que deciden ocultar un crimen del que, en realidad, no son
responsables y se embarcan en una carrera hacia el horror no quieren el mal,
como otros personajes de “Fargo”, sino que parece que desconocen el bien, así
que su maldad es tan lógica como idiota y, quizás, involuntaria. Algo así diría
Sócrates. Pero Aristóteles sostenía que la maldad es voluntaria, porque de otra
forma tendríamos que negar que una parejita de Minnesota es responsable de sus
acciones.
Los malos son malos, y punto. Ese
tiparraco que se carga a todo el mundo en un restaurante, por ejemplo. Es malo
y ya está. Pero Peggy y Jesse no parecen malos, sino sólo
ignorantes, bobos incapaces de pensar, al estilo de Adolf Eichmann, el ejecutor de la llamada “solución final” en el
III Reich. Y, sin embargo, los espectadores de “Fargo” nos resistimos a
absolver a la parejita de toda culpa no porque no supieran detenerse a tiempo,
sino porque no quisieron hacerlo. Eichmann tampoco quiso detener a tiempo su
intervención en el exterminio industrial de los judíos, así que no se le puede
disculpar a la manera socrática diciendo que su maldad era producto de la
ignorancia. La lógica de los asesinatos en “Fargo” no es muy diferente de la
lógica genocida nazi porque, en el fondo, las dos necesitan de tipos incapaces
de pensar como Peggy, Jesse y Eichmann. Asusta un poco concluir que la lógica
del mal no necesita del pensamiento, pero es un consuelo creer que, con todo,
Diógenes sí podría encontrar un hombre honrado en “Fargo” sin la ayuda de su
candil.
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