Henry Morgan, el médico
forense del departamento de policía de Nueva York de la serie “Forever”, dice
que lo que intentamos ocultar en vida, queda revelado en la muerte. El general Máximo
de la película “Gladiador” arenga a sus hombres antes de la batalla
asegurando que lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad. Diría
que el médico tiene más razón que el general, aunque si antes de actuar todos
pensáramos que lo que hacemos en esta vida tiene su eco en la eternidad, seguro
que el mundo sería un lugar más habitable. En todo caso, hay algunas personas
que dan la razón tanto a Henry Morgan como a Máximo. Por ejemplo, Bette
Davis.
En el excelente documental “El
último adiós de Bette Davis” (TCM), periodistas, fotógrafos, políticos y
miembros de la organización que trabajaron en el Festival de San Sebastián de
1989 diseccionan hasta el último segundo de la última gran aparición pública de
la actriz Bette Davis antes de morir. Escuchando esos testimonios, damos la razón
al doctor Henry Morgan porque todo lo que Bette Davis intentó ocultar en vida
(su fragilidad, sus obsesiones, todo lo que alejaba a la actriz del polvo de
estrellas) queda expuesto ante el público como si se tratara de la mercancía de
un tendero kantiano. Pero esos mismos testimonios dan la razón al general
Máximo porque las palabras y las cosas de Bette Davis tienen, sin duda, eco en
la eternidad. Desde lo poco que comía a su desdén por Marlene Dietrich,
desde su pose fumando como sólo los grandes actores del viejo Hollywood sabían
hacerlo a sus reflexiones sobre el cine, desde su insuperable elegancia a esa
seguridad en sí misma que le permitió llegar a lo más alto sin ser la más guapa
ni la más conformista, desde su amor por el público y los aplausos a la manera
de entender que una profesión como la suya tenía inevitablemente un enorme
coste vital. “El último adiós de Bette Davis” revela lo que la actriz quiso
ocultar y demuestra que, algunas veces, lo que hacemos en esta vida tiene su
eco en la eternidad. Como resumió, muy emocionada, la propia Bette Davis en el
Festival de San Sebastián, la suya fue una gran vida.
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