Qué tonto soy. Creí que el colmo del horror era la pelea entre Lucas Hood y Chayton Littlestone en un hotel de Nueva Orleans en la tercera temporada de “Banshee” (Canal+ Series), pero lo que sucedió después entre el sheriff que no es sheriff y el tatuadísimo líder de los “Red Bones” me demostró que el horror no tiene límites. En otro capítulo de “Banshee”, Kai Proctor es torturado, consigue liberarse y dedica una atención especial a sus torturadores que reduce el horror entre Hood y Chayton a una canción de “Sonrisas y lágrimas”. Creí que el horror de ficción era colmo de horror. Olvidé que el horror de carne y hueso se cuela por los telediarios en forma de espeluznantes asesinatos en Cuenca o terribles atentados con camión bomba en Bagdad. Qué tonto soy. A los guionistas de “Banshee” jamás se les habría ocurrido mostrar en un capítulo el horror que vemos en el documental “Francisco José y la I Guerra Mundial” (La 2).
¿Cómo fue posible que el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer en Sarajevo el 28 de junio de 1914 condujera poco después al apocalipsis? ¿Cómo es posible el horror de Cuenca, de Bagdad, de los miles de desdichados ahogados en el Mediterráneo? A la primera pregunta contesta Christopher Clark en “Sonámbulos”, un ensayo que debería ofrecerse como asignatura optativa en los institutos públicos en lugar de Religión. La respuesta a las siguientes tres preguntas exigiría, como mínimo, la tenacidad de la detective Andrea Cornell de la serie “Secretos y mentiras” (Telecinco), el certero descaro de Jordi Évole en “Salvados” y las ganas de cambiar el mundo de Mafalda. Dicen que la lectura de “Los cañones de agosto”, el libro de Barbara Tuchman sobre el arranque de la I Guerra Mundial, tuvo una gran influencia en las decisiones que tomaron los hermanos Kennedy en la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Está bien que los políticos lean. Iba a decir que creo que Mafalda podría ayudarnos a tomar decisiones correctas acerca de la violencia en Cuenca, en Bagdad y en el Mediterráneo, pero el sheriff Lucas Hood me está mirando con su media sonrisa y se me quitan las ganas. Qué tonto soy.
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