Cristina Pedroche aburre, cansa, harta. Cristina Pedroche está tan necesitada de atención como un niño pidiendo a sus padres que miren lo bien que salta las olas el primer día de playa. Por eso Cristina Pedroche ya no sabe qué hacer para que estemos pendientes de ella y la miremos. Bueno, Cristina Pedroche sí lo sabe, pero siempre usa el mismo viejo truco. Por eso Cristina Pedroche se repite y se repite y se repite más que un bocadillo gomoso de morcilla rancia en el que la morcilla rancia es Cristina Pedroche y el pan gomoso es Cristina Pedroche.
“Ay, cuidado, que se me ve una teta”, dice Cristina Pedroche
poniendo la misma cara de chica moderna y desinhibida que ponían en los años setenta
del siglo pasado las actrices que participaban en la época del destape en aquellas
pelis en las que solo enseñaban lo que exigía el guion. “Ay, cuidado, que se me ve la otra teta”, insiste Cristina Pedroche
poniendo la misma cara que ponía Cristina Pedroche cuando advertía de que casi
se le veía la teta anterior. “Ay,
cuidado, que se me ven las dos tetas”, aburre Cristina Pedroche creyendo
que está rompiendo la pana con los supermoderna que es pero retrocediendo al
tardofranquismo y la transición.
Seguro que Cristina Pedroche no
es la responsable de esta burda y pesada estrategia de tensión sexual no
resuelta, que para eso tiene estudios y es muy lista. Pero, siendo así, Cristina
Pedroche debería decir a su agente, a su guionista personal y a su asesor de
guardia que el truco de la tensión sexual no resuelta funciona muy bien en la
ficción, pero jugar a eso con el público es cansino, cansino y cansino. Por eso,
la misma continua cantinela de Cristina Pedroche pidiendo que miremos cómo
salta una ola en las redes sociales, de Cristina Pedroche pidiendo que miremos
cómo salta una ola en la retransmisión de las campanadas o de Cristina
Pedroche pidiendo que miremos cómo salta una ola en “Zapeando”, acaban igual: zapeando
a Cristina Pedroche.