Vivimos un tiempo nuevo. Vivimos un tiempo en el que la política ha quedado sacudida por una profunda crisis económica, unos escándalos de corrupción de una intensidad sin precedentes, la aparición de nuevos partidos políticos que han batido todos los records de crecimiento por unidad de tiempo en la historia de Europa. Vivimos un tiempo en el que los medios de comunicación han saltado por los aires, agujereados desde el interior por la guerra de guerrilas que suponen las nuevas redes sociales, más rápidas, más vitales, más agresivas de lo que nunca podrá ser ninguno de los medios tradicionales. Los diarios impresos agonizan, las cadenas generalistas consideran un éxito llegar al diez por ciento de audiencia, ningún comentarista dice nada que no se haya dicho previamente en twitter. En este panorama convulso aparecen formas insospechadas de participación de los ciudadanos en la gestión de lo común, nuevos intereses, derivadas completamente insospechadas de la relación entre el público, el poder y los medios.
Sobre absolutamente nada de esto se ocupa “Un tiempo nuevo” en Telecinco. Dedicar horas y horas del prime time del sábado a hablar de un caso de sucesos -el espantoso asesinato de la niña de Santiago de Compostela- y otro del corazón -la salida de la cárcel de Isabel Pantoja- es estar anclado en el tiempo más caduco, estar comprometido con la televisión más vieja y trasnochada de toda la parrilla. En una paradoja turbia, el programa que lleva en su título el reconocimiento del momento histórico que vivimos le da la espalda nada más que termina su cabecera para enfangarse en los contenidos y esquemas más rancios. Como esos metales extraños que siempre terminan recuperando su forma original, no importa cuántas veces y cómo se les doble y retuerza, Telecinco una y otra vez -no importa que pretenda realizar un programa musical, o un buen documental, o una tertulia política de referencia- termina volviendo a la basura como su espacio natural, como la prueba de que todavía el tiempo no es lo suficientemente nuevo.
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