Ha nacido una nueva forma de hacer crítica televisiva. Se llama “cronocrítica televisiva” y, básicamente se practica viendo la televisión con un cronómetro en una mano y un lápiz en la otra. No es fácil, porque hay que saber coordinar correctamente la pulsación de los botones del reloj con una mano y los movimientos de la otra sobre el cuaderno, pero merece la pena: todo cambia súbitamente cuando dejas de ver la televisión directamente y comienzas a verla a través de un contador de tiempo.
Por ejemplo, informativos de Antena 3 del viernes 19 de junio a la hora de la cena. Información sobre el acuerdo entre el Partido Popular y Ciudadanos para gobernar la Comunidad de Madrid: 54 segundos. Información sobre la ruptura de Divergencia i Unió: 26 segundos. Información sobre las negociaciones entre Manuela Carmena, el BBVA y el Banco Santander para buscar soluciones al problema de los desahucios en el concejo de Madrid: 67 segundos. Información sobre una mujer que se asoma a limpiar los cristales de su casa en un pueblo de Galicia y se pone de pie sobre el alféizar sin protección: 90 segundos. Más tiempo hablando sobre esta mujer que sobre todas las cuestiones anteriores. En total, de los 39:55 minutos que dura el informativo de Atresmedia se emplean 19:19 minutos en hablar de cuestiones que afectan a la vida de los espectadores -los problemas de Grecia, política nacional, la monarquía-, y 20:36 minutos en hablar de cuestiones que no pueden repercutir directamente de ninguna manera sobre el estado de la audiencia -sucesos con pasajeros que caen de aviones, volcanes, deportes, campañas promocionales veraniegas de Antena 3, entrevistas a mujeres que se asoman a limpiar los cristales de su casa en un pueblo de Galicia y se ponen de pie sobre el alféizar sin protección-.
Nace la cronocrítica televisiva para demostrar que el tiempo no sólo es oro. En televisión el tiempo también es ideología política, respeto al espectador y una determinada forma de entender el periodismo.
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