El ruido y la furia se
apoderan de los telediarios. Renuncio a entender a los tipos que, en nombre de
no sé qué o de no sé quién, han asesinado a turistas que disfrutaban de las
playas de Túnez, fieles que rezaban en una mezquita y un hombre que ni tomaba
el sol ni rezaba, sino que estaba en una planta de gas en Lyon. Qué absurdo.
Qué desquiciada sin razón que mezcla playas, mezquitas y plantas de gas.
Podemos intentar comprender lo que sucedió en el búnker de la cancillería en
los últimos días de Hitler (“El hundimiento”, La 2) o las causas por las que la
selección brasileña de fútbol (Copa América, Canal +) sigue siendo la selección
brasileña de fútbol cuando no queda nada de aquella selección de la que un día,
hace mucho tiempo, todos nos enamoramos. Pero, ¿cómo entender el terrorismo de
playa, de mezquita y de planta de gas? Es imposible. Por eso hay que pasar a la
acción.
El hombre, como dice Manuel Vicent, es una breve aventura
química sin sentido. Una aventura, eso sí, emocionante, pero que muere con la muerte.
No creo que haya un Más Allá. No creo que haya un cielo ni un infierno, solo
seres humanos que nacen y mueren en este Más Acá nuestro de cada día. Y, si
pudiera elegir, no elegiría un cielo o un infierno: elegiría la muerte lúcida
dejando tras de mí un mundo mejor que el que hubiera sido si yo no hubiera
existido. Elegiría, eso sí, un Más Allá de cinco minutos, solo cinco minutos.
Un mini Más Allá meramente testimonial donde poder decir a todos los fanáticos
y chalados de la historia: “Os equivocasteis, mamarrachos. No hay nada. ¿Y
ahora, qué?”. Sólo cinco minutitos para ver las caras de los que despreciaron
el acá en favor del allá. Cinco minutejos para que los asesinos de playa, de
mezquita y de planta de gas entendieran la enormidad de su error y se fueran a
la nada eterna con el gesto que les queda a los idiotas cuando comprenden que
son idiotas. El ruido y la furia del fanatismo nos obliga a tomar esta
desagradable decisión: exigimos cinco minutos de Más Allá para los gilipollas.
Por lo demás, ante todo mucha calma en las playas, en las mezquitas, en las
plantas de gas y en las cabezas de todos los que sienten que, a pesar de la ola
de calor, los telediarios hielan el corazón.
maravilloso
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