Todo es excesivo
en “Banshee” (Canal+ Series) desde que Lucas Hood llega a Banshee, Pensilvania,
y se convierte en sheriff por accidente. Pero la tercera temporada de la serie
con más sexo y violencia por metro cuadrado de la televisión (exceptuando
“Spartacus: sangre y arena” y los telediarios) se ha convertido definitivamente
en la pesadilla de Aristóteles, para quien la virtud consiste en un término
medio, un equilibrio entre el exceso y defecto. No hay término medio en
“Banshee”. No hay equilibrio. Todo lo que ocurre en “Banshee” es en exceso,
desde la suspensión de la incredulidad que nos exige ver a un delincuente como
Hood con la estrella de sheriff en la camisa a la maldad absoluta de Kai
Proctor, pasando por la brutal coreografía de las peleas, el sexo por el sexo,
los personajes que parecen salidos de la imaginación de un Quentin Tarantino
pasado de rosca y la estética de western sin gran parte de su ética. Aristóteles
hizo lo que pudo con el joven y excesivo Alejandro cuando fue su maestro en el
Ninfeo de Mieza, pero no tendría nada que hacer con Lucas Hood en la taberna de
Sugar Bates.
La
maldad que anida en Banshee, un pueblecito de la América profunda, es una maldad
antigua o, si se prefiere, hipermoderna porque no es la maldad rutinaria, banal
y burocrática que está en la raíz del exterminio metódico propio del siglo XX,
sino una maldad de autor, una maldad esforzada, excesiva en la formas y en los
fines. Nada es más difícil de soportar que una sucesión de días hermosos, dejó
dicho Goethe. Pero tampoco es fácil de soportar la sucesión de días terribles
que nos espera a los que no podemos dejar de acompañar al sheriff Lucas Hood en
su desesperada carrera hacia sabe dios dónde. ¿No hay un término medio entre una
sucesión de días hermosos y una sucesión de días terribles? ¿No hay un término
medio entre la reposición de “El príncipe de Bel-Air” y este “Spartacus” en
Pensilvania? Aristóteles se aburre en Bel-Air, pero tiembla en
Banshee.
No hay comentarios:
Publicar un comentario